(Tomado de la Obra: “Misioneros de la Fe”. Profesor Hernán Cartes Gajardo).
No olvidemos que un día 24 de junio de 1553, Purén entraba a la historia, al levantarse el fuerte San Juan Bautista. Y, un 18 de diciembre de ese mismo año, don Pedro de Valdivia se encontraba de paso acompañado por su capellán, fray Bartolomé Pozo y, siendo las 12 horas, se cantaba por primera vez la Santa Misa en este, el Purén Indómito. En dicha ocasión, junto a la Santa Cruz y a la bandera de España, estaba la Virgen del Perpetuo Socorro en un altar. Y siete días después, este fraile sería el primer mártir cristiano en tierras araucanas, al morir a manos del toki Lautaro en Tucapel -Cañete actual-, junto a don Pedro de Valdivia y todos los suyos, un 25 de diciembre. El paso del tiempo es inexorable y, así, en Purén, un 5 de noviembre de 1881 se produjo la última acción bélica en la guerra de Arauco. Y en medio del escenario, en toda la crudeza de la guerra, el amor maternal de la Virgen del Perpetuo Socorro sería testigo de aquello. Con la muerte del lonko Quilapán (1875), jefe de los araucanos wenteches, araucanos huilliches y araucanos lafquenches del sur a Tirúa, sobrevino una relativa paz en la Araucanía. Esta se iba a romper al entrar Chile a la Guerra del Pacífico en 1879. Purén se encontraba en la parcialidad araucana nagche y, tanto los araucanos de este sector como los criollos o chilenos, eran patriotas, aunque militarmente estaban debilitados, pues parte de la juventud había sido destinada al Batallón de Zapadores Movilizados Lautaro, que participaba del conflicto bélico con Perú y Bolivia.
Al quedar la Araucanía casi sin protección militar se produjo la última sublevación de las parcialidades seguidoras de Quilapán, pues estos vieron la oportunidad de derrotar a los chilenos o criollos naturales de la Araucanía y a los araucanos nagche. Los sublevados eran los mismos que se habían aliado a los españoles o realistas durante la Guerra a Muerte, desarrollada de 1818 a 1832.
Ese año de 1881 transcurrieron los meses de un crudo invierno pleno de acciones esporádicas, como asaltos a haciendas, malones o ataques a comunidades nagche, grandes incendios en la selva próxima a los poblados, destrucción de sementeras y, lo peor, asesinatos arteros de quienes se atrevían a transitar por los caminos. En Purén el peligro era latente y es así como el día 1° de noviembre de 1881, centinelas o chumay ubicados en los morros o rapahue y en otros lugares estratégicos, observaron movimientos sospechosos de tropas indígenas desconocidas, lo que fue comunicado de inmediato al fuerte. El comandante don Gregorio Urrutia llamó a consejo de guerra a sus oficiales y a las autoridades locales, entre los que se encontraban el comandante de las fuerzas cívicas, don Toribio Anabalón, y el señor subdelegado, don Excequiel Villarroel.
Los días siguientes fueron de profunda tensión, pues los asaltantes, sin temor, se acantonaron sobre la cima del cerro llamado “Camino de los Indios”, ubicado inmediatamente al sur oriente del actual Estadio Municipal. La amenaza era latente. Y, aceleradamente, se hicieron obras de defensa y se organizó a la población.
El día 4, a través del espionaje chileno, se supo que el ataque era inminente al amanecer del próximo día. Al atardecer el señor subdelegado de Purén, don Excequiel Villarroel, “a nombre del pueblo solicitó a don Gregorio Urrutia se le autorice levantar un pequeño altar junto al quiosco de la Plaza de Armas y todos rezaron a la Virgen del Perpetuo Socorro”, para que, como Madre, pida a su hijo Jesús la intercesión al Dios Padre para la salvación de los hijos de Purén
El destacamento de Purén contaba solamente con 74 soldados de línea que, por su edad u otra razón, no habían sido enviados al norte, además de cerca de 200 civiles. Don Gregorio Urrutia quedó sorprendido cuando sesenta mujeres decidieron coger voluntariamente las armas. El armamento era muy anticuado, pero todos portaban el corvo chileno de combate. Hoy es difícil siquiera imaginarse aquel atardecer, y aún más lo que fue la noche del 4 de noviembre. Solo se veían las velas que iluminaban el pequeño altar de la Virgen del Perpetuo Socorro y aquellas otras de la Gruta Histórica, ubicada donde hoy existe el velatorio de la actual Parroquia, y donde se velaron las armas.
Las mujeres, los niños y los ancianos se resguardaron en el fuerte y en ese lugar estuvo el Hospital de Sangre. La defensa se realizaría a partir de la Plaza de Armas: ahí se ubicaron el alto mando y retaguardia, entre las calles Urrutia y Quiroga. La vanguardia se situó a la altura de las calles Almagro y Valdivia, bajo el mando del capitán cívico Toribio Anabalón.
El día 5 de noviembre de 1868, a punto de rayar el sol, los habitantes de Purén observaron que los atacantes descendían por el flanco norte del cerro “Camino de los Indios” y su número fue estimado en unos 1.500, entre infantes y caballería. Los pureninos tomaron formación de batalla y, siendo las 7 de la mañana, se iba a producir algo providencial, y es lo que la tradición oral llama “la primera parte del milagro de la Santísima Virgen del Perpetuo Socorro”. En ese momento se observó desde el fuerte que, a la altura de Lolonko, vado del río Purén, tropas araucanas pureninas armadas de sables y lanzas, caballería e infantería, venían encabezadas por la bandera de Chile, bajo las órdenes del lonko Carrimán o Carimán, al que se le subordinaban todos los lonkos locales con una sola excepción: el lonko Luis Marileo Colipí y sus 150 seguidores, quien traidoramente ahora era aliado de los enemigos (no confundir con su primo hermano José Luis Marileo Colipí, patriota).
La batalla se inició. El fuego de la fusilería ensordecía el tropel de las cabalgaduras. La polvareda y el humo de la pólvora indicaban que la lucha desde el primer momento fue sin dar ni recibir cuartel, a muerte. Los pureninos recibieron la orden de ubicar su primera línea a la altura del actual Estadio Municipal y tácticamente se replegaron para hacerse fuertes en la calle Valdivia. De esta línea se desprendieron 120 soldados de infantería, encabezados por el subdelegado don Excequiel Villarroel, quien cumplió la orden de tomar posesión de la cima de la entrada del Cementerio actual, y así evitar un ataque directo al fuerte.
La retaguardia se había movilizado y había establecido dos batallones de caballería: uno en la intersección de calle Gamboa con Tromén, a cargo del capitán Pedro Sierra. Y otro batallón en la intersección de calle Gamboa con calle Nahuelco, en los pies de la ladera poniente del fuerte. Eran 84 soldados al mando del capitán cívico don Rudecindo Varela y el teniente José Luis Ancamilla. Estos tenían la orden de impedir el paso de tropas enemigas hacia el fuerte, porque allí estaban las madres junto a sus hijos, los ancianos y un Hospital de Sangre. El Estado Mayor se ubicó en la Plaza de Armas.
Se dice que ese día las madres cubrían la vista de sus hijos ante el apocalíptico espectáculo que se mostraba en el campo de batalla. El tiempo transcurría lento y, siendo las 12 del día, según la tradición oral, ocurre “la segunda parte del milagro de la Virgen”. Y es que en el momento más crucial de la batalla, se dio la casualidad que cuatro jinetes civiles chilenos -uno de ellos era una madre con su pequeño hijito en brazos- corrían a galope tendido de sus cabalgaduras desde sur a norte por calle Nahuelco, a favorecerse en el fuerte, pero tras ellos venían, cual una tromba, una columna de caballería enemiga de unos 150 atacantes weichafes en pos del fuerte, en la intersección con calle Saavedra. Estos alcanzaron a los jinetes chilenos y, con sus lanzas, los mataron por la espalda. Al niño lo capturaron y lo arrojaron en alto, recibiéndolo en su caída con la punta de sus armas, gritando de gozo su reconocido ¡¡¡¡YA;YA;YA;YAAAAAA!!!!
El capitán chileno, don Rudecindo Varela, y sus hombres fueron testigos de aquel salvajismo, barbarie o crueldad y, al instante, se ordenó formación de combate, tras la arenga de la caballería chilena: “¡Ponchos a la cintura, lanza en ristre y sables desenvainar, por Dios y Santa María, a la carga la caballería…! ¡Viva Chile, m…!”, responde la tropa. Y se produjo el último asalto de la Caballería Chilena en el Purén Indómito en defensa de la patria y, con su arrojo, logran heroicamente hacer retroceder al enemigo. Repelieron el ataque, pero sufrieron 54 bajas. Hubo 30 muertos siendo, desgraciadamente, uno de ellos su capitán, quien fue alcanzado en los riñones por una lanza enemiga a la altura de calle Villagra. Asumió entonces el mando el teniente Ancamila, quien finalmente destrozó a la avanzada enemiga. Más, a la distancia, a unos 250 metros más o menos, en la altura de la cima, hoy la entrada principal del Cementerio, un weichafe o soldado atacante, descubría bajo un frondoso y milenario laurel, una imagen sacra de bulto de la Santísima Virgen y, como un trofeo, la levantó en alto. Entonces ocurrió lo impredecible, puesto que esa mañana era limpísima la atmósfera. El cielo se cubrió de una densa nube gris y emergió de esta un rayo junto a un trueno espantoso, que destrozó ese milenario roble y electrocutó al weichafe, ocasionando la muerte de una veintena de atacantes. Algunos creyeron que la explosión e incendio fue debido a una bomba oculta en la raíz del árbol. Los atacantes, increíblemente, se replegaron hacia la depresión o estrecho valle al norte, al Cementerio, y desde ese lugar se desplazaron a lo que hoy conocemos como “Retiro de don Alonso”, loma ubicada al oriente del actual fuerte. A esto, la tradición oral lo considera la tercera parte del milagro de la Virgen. Y así cesaron las acciones de armas después de casi seis horas de una lucha muy cruenta.
El comandante don Gregorio Urrutia, en esos instantes de tregua, recibió la sugerencia del lonko Carrimán y dispuso que el capitán Sierra, junto al valeroso teniente Ancamilla, con 60 voluntarios de caballería, se introdujeran a pie en los pantanos, acercándose al “Retiro de Don Alonso” y se ocultaran, dejando sus caballos escondidos. Ese recinto fortificado español ubicado a unas cuadras al oriente del actual fuerte recibió a los weichafes. Y, llegado el anochecer, el capitán Sierra y los suyos debían atacar a la fortaleza araucana, “simulando un asalto en masa”. Más, en el fuerte usaron una estrategia araucana que consistía en que, junto a fogatas interiores, se dejaban vestimentas sostenidas en palos cual si fuesen personas. Se tomó la decisión de que, en el más profundo silencio, los pureninos sobrevivientes iniciaran la retirada hacia Lumaco en busca de auxilio, ya que allí existía un puesto militar chileno. Esto es lo que se conoce como la “Noche Triste o Éxodo”.
Gracias a Dios, los atacantes no los persiguieron o no se dieron cuenta de lo que ocurría en el fuerte, ya que observaban las fogatas en el interior de este y sabían que allí se refugiaban los niños, mujeres, ancianos y heridos y, para ellos, esto sería su “mayor trofeo de guerra”, tal como lo fueran en el pasado durante la Guerra a Muerte, cuando estas mismas parcialidades -hoy atacantes- fueron aliadas a España y lucharon contra las tropas chilenas. También son las mismas que en 1861 a un agente francés llamado Orelie Antoine I lo coronaron como Rey de la Araucanía y la Patagonia.
Los pureninos, silenciosamente y favorecidos por una noche muy oscura, sin luna, avanzaron por la ruta a Melinchique Lumaco, 21 kilómetros. Pues al amanecer del día 6 de noviembre, antes de rayar el sol, ya estaban a las puertas de su destino, en el sector “Cerro La Mona”. Pero, llamó la atención de los pureninos que no se había escuchado el toque de diana en la voz del clarín, allá en el Fuerte de Lumaco, por lo cual previsoramente antes de descender al puente Pichi Lumaco, decidieron levantar campamento y se ordenó al capitán cívico Toribio Anabalón que avanzara con 30 jinetes a explorar el lugar. Iba a transcurrir un breve tiempo cuando se escucharon tiros de advertencia desde las inmediaciones del río. El capitán Anabalón ordenó a diez hombres que se parapetaran en la ribera y dispararan a discreción, dando lugar a que los exploradores pureninos allá en el cerro inmediato, tomaran las providencias del caso.
Los atacantes eran wenteches al mando del lonko Motri Contrera. Lo casual es que ambos adversarios se encontraron en el paso de lo que es hoy el puente Pichi Lumaco. Es aquí donde ocurre otro hecho providencial. Ahora… ¿qué ocurrió? Si. “La cuarta parte del milagro de la Virgen ”. En ese instante apareció un estafeta o mensajero: un soldado chileno que portaba un correo que comunicaba que, desde Angol, marchaban a Purén tropas regresadas de la Guerra del Pacífico, soldados veteranos y con armamento muy moderno. Solo minutos más tarde, y en medio del combate, apareció cual un ciclón destructor desde la selva próxima, un batallón de 72 soldados cívicos chilenos al mando del gobernador marítimo de Tirúa, don Genaro Grandón. Estas tropas venían en apoyo de los asediados pureninos, después de haber sido testigos en su paso próximo al lugar del actual Purén, de los espirales de humo a los que había sido reducido el poblado.
¿Qué había ocurrido en Lumaco? La pequeña guarnición establecida al mando del capitán Juan Barra, al atardecer del 5 de noviembre, después de sufrir varios ataques desde el día anterior, cumpliendo una orden superior del comandante don José San Martín, se había marchado a reunirse con las tropas chilenas en Traiguén. Don Gregorio Urrutia había ordenado que la caballería al mando del ahora capitán cívico Toribio Anabalón y los tenientes cívicos Anacleto Caamaño, Santos Ulloa y José Félix Castillo, avanzaran en tres grupos menores sobre Purén, a una distancia prudente, de manera de no perder visibilidad unos de otros, y que trataran de encontrarse en el camino con el contingente al mando del lonko Carriman y del capitán graduado Pedro Sierra. Y llevaban la orden de que fuese este último quien jerárquicamente asumiera el mando y todos regresaran a Purén, y que se cumpliera aquello de que “donde pasa el viento pasa la caballería chilena”. En retaguardia, don Genaro Grandón y sus soldados asumirían la protección de la caravana junto a la infantería.
A las dos horas de marcha, la avanzada se topó con el lonko Carrimán y el capitán Sierra, pues estos eran quienes habían atacado el “Retiro de Don Alonso”. De los sesenta hombres, solo regresaban cincuenta y cinco. Cinco habían perdido la vida y de inmediato todos volvieron bridas. A poco andar, dos jinetes del servicio secreto chileno vestidos a la usanza araucana wenteche, es decir, como weichafe -José Hormazabal y José Gutiérrez, ambos veteranos del 79-; los interceptan dándose a conocer con el “santo y seña” y comunican otra grata noticia: “Los soldados veteranos venidos desde Angol, sus compañeros de armas, ya se encuentran en el Purén Indómito y han levantado campamento en el antiguo fuerte San Juan Bautista o Casa Vieja”. El trayecto de regreso lo hicieron en cinco horas y, al alcanzar las proximidades de Purén observaron que los atacantes… ¡habían desaparecido! En el fuerte San Juan Bautista flameaba orgullosa la bandera de Chile. Y a media tarde de ese día seis, el resto de la tropa purenina y los civiles ingresaron al poblado, ordenándose el alto a la entrada del actual Cementerio. Allí, en la cima misma del milagro de la Virgen, a los soldados se les ordenó posición firmes y los civiles, a una orden de don Excequiel Villarroel, todos en reverente respeto, se pusieron de hinojo. Arrodillados, rezaron dando gracias a la Virgen Santísima del Perpetuo Socorro. Luego, escucharon las palabras de las autoridades, porque frente a dicho Campo Santo, el Cementerio actual de Purén, donde hoy se encuentra la sacra imagen de la Madre del Señor, don Excequiel Villarroel, subdelegado, levantó con sus manos el cuadro de la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro. Esto fue un solemne momento donde cada purenino dio gracias por la milagrosa salvación.
El comandante don Gregorio Urrutia, en lacónico discurso militar, declaró “a la Virgen Santísima del Perpetuo Socorro Patrona Celestial de Purén”. Ello se hizo en el mismo lugar donde cayera el rayo y fuera derribado el laurel.
La Iglesia Parroquial, a partir del padre Francisco Kuplenij, el domingo inmediato al 5 de noviembre, celebraba un solemne acto litúrgico, tipo Misa de Campaña, en la Plaza de Armas. Asistían delegaciones de las Instituciones y los colegios bajo la responsabilidad de la Ilustre Municipalidad. Y en el altar, se revivía el pequeño altar de la Virgen del Perpetuo Socorro, con la Cruz y la bandera de Chile.
Sobre los jefes militares del último Asalto y Destrucción del actual Purén.
Tropas pureninas:
-Civil, jefe de cívicos, comandante capitán Toribio Anabalón y señor subdelegado Excequiel Villarroel. Militares: comandante don Gregorio Urrutia.
-Araucanos pureninos: lonko Juan Carrimán.
Tropas asaltantes:
Lonkos: Menchiqueo, Marihual, Pinchulao, Carilao, Maribil y Coñuepán. Tropas araucanas wenteches, araucanos huilliches y lafquenches del sur a Tirúa.
-Bajas pureninas: sepultadas en panteón jesuita (actual cementerio), 186 (hoy Cementerio Municipal, parte antigua y el lugar fue perpetuado con una palmera. Heridos: 242
-Bajas enemigas: sepultados en el Cementerio indígena Jacinto Caniupán. (Al sur actual Estadio Municipal). Se estima sobre 400 muertos y 230 heridos.