La Iglesia está para acercar a todos a ese cántaro inagotable de misericordia sin condiciones, que es el corazón de Dios. Ella “vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador”.
Jesús quiere que cada uno de nosotros sea su instrumento también para saciar el hambre de Dios que hay en los corazones, y para saciar todas las formas de sed que angustian a los más olvidados.
Si aprendemos a detenernos ante los pobres y sufrientes, ante los hambrientos y sedientos, nos encaminamos hacia las más profundas alegrías, hacia la armonía interior, hacia la auténtica paz espiritual.