Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena
Corresponde este último domingo de abril el Evangelio de Juan 15, 1-8, Jesucristo, la vid verdadera. Que hermoso es proclamar este Evangelio teniendo presente las viñas de nuestra zona. Lamentablemente, algunos propietarios se han visto perjudicados en gran medida por la crisis hídrica que afecta a la región, desde hace varios años. Para todos, una urgente motivación dirigirnos al Padre del cielo y la tierra, también con la oración del Papa San Pablo VI: “Haz que caiga del cielo sobre la tierra árida, la lluvia tan deseada para que renazcan los frutos y se salven los hombres y los animales. Que la lluvia sea para nosotros el signo de tu gracia y bendición. Por Jesucristo tu Hijo, que nos ha revelado tu amor y que es Fuente de agua viva que brota hasta la vida eterna. Amén” (Parte de la Oración citada).
En las celebraciones eucarísticas de este domingo se leerá en la primera lectura Hechos 9, 26-31; el Salmo Responsorial es el 21, 26-28. 30-32; la segunda lectura corresponde a la Primera de Juan 3, 18-24; y el evangelio
citado.
En la hermosa página del Evangelio de Juan que se proclama, afirma nuestro Señor: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador” (v 1). Él es el tronco de la parra y su Padre el dueño de la viña. En Él están injertados
profundamente los sarmientos -debidamente podados y purificados-, “ustedes ya están limpios por la Palabra que les he anunciado” (v 3). Jesús exhorta a permanecer en Él: “Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes” (v 4). Permanecer es más que una relación transitoria, significa morar, habitar, residir. Se trata de un intercambio vital, que afecta la vida, en una relación duradera que comprende la existencia misma. Quien permanece en Él “dará mucho fruto” (v 5). Producir fruto es la consecuencia vital de estar profundamente unido a Él. En el árbol frutal, el fruto no es un adorno, sino que corresponde a su naturaleza misma. Afirma también el Señor: “separados de mí no pueden hacer nada” (v 5). Palabra definitiva. No es que se pueda hacer algo o alcanzar algunas metas, sino simplemente “no pueden hacer nada”.
Sin duda, son numerosas las perspectivas a reflexionar, después de acoger el santo Evangelio de este domingo. El Espíritu Santo nos sugerirá las mejores conclusiones para vivirlo en esta jornada, día del Señor, como también a lo largo de nuestra vida. Sugiero asumir el imperativo de permanecer, morar, ante todo en la Palabra del Señor, que es Cristo mismo, en su persona y amistad, en sus opciones y testimonio. En efecto, Él afirmó: “Si
alguien me ama cumplirá mi Palabra, mi Padre lo amará, vendremos a Él y habitaremos en Él” (Jn 14, 23). Se trata de proseguir aprendiendo de su vida, acogiendo en plenitud su Mensaje y manteniendo el contacto vital con Él.
Quienes han sido injertados en Él, principalmente por el bautismo y la confirmación, estamos llamados a producir fruto abundante, que pueden gestar solamente quienes estén unidos íntimamente a Él. Magnífica la conclusión de este pasaje bíblico, los frutos y el discipulado del Señor dan gloria a su Padre: “Mi Padre será glorificado si dan fruto abundante y son mis discípulos” (v 8).