Gloria. Credo. Prefacio propio. Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
BENDICIÓN Y PROCESIÓN DE LAS CANDELAS
PRIMERA FORMA: PROCESIÓN
Ya el Señor llega con poder, e iluminará los ojos de sus servidores.
Aleluia. u otro cántico apropiado.
Queridos hermanos: Hace cuarenta días, hemos celebrado con alegría la Navidad del Señor. Hoy conmemoramos el día feliz en que Jesús fue presentado en el templo por María y José, cumpliendo públicamente la ley de Moisés, pero, en realidad, yendo al encuentro de su pueblo que lo esperaba con fe. Los santos ancianos Simeón y Ana fueron al templo impulsados por el Espíritu Santo; allí, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría.
También nosotros, congregados en la unidad por el Espíritu Santo, vayamos hacia la casa de Dios al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y reconoceremos en la fracción del pan, hasta que vuelva revestido de gloria.
Dios y Padre nuestro, fuente y origen de toda luz, que en este día has mostrado al justo Simeón la Luz para iluminar a las naciones: te pedimos humildemente que † bendigas estos cirios. Escucha las súplicas de tu pueblo, que se dispone a llevarlos para alabanza de tu nombre, a fin de que, siguiendo el camino de las virtudes, pueda llegar a la luz que no tiene fin. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
O bien:
Señor y Dios nuestro, luz verdadera que creas y difundes la luz eterna: derrama la claridad de tu luz en el corazón de los fieles, para que cuantos son iluminados en tu santo templo por el resplandor de estos cirios, puedan alcanzar el esplendor de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Y rocía las candelas con agua bendita sin decir nada, y coloca el incienso para la procesión.
Vayamos en paz al encuentro del Señor.
O bien:
Vayamos en paz.
En cuyo caso, todos responden:
En el nombre de Cristo. Amén.
I
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu servidor irse en paz.
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. Porque mis ojos han visto a tu Salvador.
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. A quien has presentado ante todos los pueblos.
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
II
Embellece tu trono, Sión, y recibe a Cristo Rey: Abraza a María, la puerta del cielo, pues ella conduce al Rey de la gloria revestido de nueva luz.
Permanece Virgen llevando en sus manos al Hijo nacido antes del lucero del alba. Simeón lo tomó en sus brazos y proclamó ante los pueblos que es el Señor de la vida y de la muerte y Salvador del mundo.
Simeón tomó en sus brazos y proclamó ante los pueblos que es el Señor de la vida y de la muerte y salvador del mundo.
Lectura de la profecía de Malaquías.
Así habla el Señor Dios: Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el ángel de la Alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos. Él se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia. La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años. Palabra de Dios.
R. El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.
¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor, el fuerte, el poderoso, el Señor poderoso en los combates. R.
¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos. R.
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, Jesús también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquél que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte. Porque él no vino para socorrer a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba. Palabra de Dios.
Aleluia. Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo según san Lucas.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”. Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. Palabra del Señor.