Santiago y Juan hacen una petición a Jesús, que para ellos es algo innegable: sentarse uno a la derecha y el otro a la izquierda. Probablemente, ambos pertenecían al partido de los zelotes y esperaban la toma del poder, convirtiéndose en los principales colaboradores del nuevo Rey. La respuesta de Jesús se reduce a… “No saben lo que piden…”; estos aún no entienden lo que implica su misión. Ser discípulo de Jesús significa correr la misma suerte que el Maestro, es decir, no caben los privilegios, honra o mérito, porque la búsqueda de este “reconocimiento” por parte de la clase dominante fue lo que llevó a Jesús a la muerte.
El seguimiento a Jesús es tarea fatigosa y exigente. Por lo tanto, el que quiera pertenecer a él, ha de estar dispuesto a aceptar sus enseñanzas e imitar sus acciones con todas sus consecuencias. Por tanto, todo discípulo de Jesús debe tomar conciencia de que el camino del discipulado también tendrá un “cáliz” y un “bautismo”. Deberán estar preparados a ser rechazados e incomprendidos y a no ir por donde el común de la sociedad va.
La búsqueda de poder por parte de Santiago y Juan traería descontento a los otros discípulos. Toda búsqueda de privilegios o poder siempre crea y seguirá generando conflictos en la sociedad. El poder no asumido con servicio termina dividiendo y discriminando. Por eso Jesús sintetiza: “el que quiera ser grande…”; es decir, es imposible ser discípulo de aquel que sirve y negarse a servir. Cuántas veces nos cuesta entender el sacrificio de Jesús, que vino para servir sin pensar en sí mismo hasta rescatar al hombre de su perdición. La palabra rescate (lytron, en griego) muestra cuál fue el sentido de la muerte de Jesús. Por tanto, la dimensión poder-servicio hizo que todos seamos servidores unos de otros; este es, verdaderamente, el poder que redime a la nueva sociedad.
“El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes” (Mc 10, 43).
P. Fredy Peña T., ssp