El evangelio nos da un mensaje categórico: “el amor a los enemigos”. Además, el Señor no solo pide a sus discípulos que amen a los suyos, sino que toleren a los enemigos. Sean pacientes e incluso que los amen. Es francamente una quimera en los tiempos que vivimos, pero para el que lo vive desde la fe es todo un desafío. Jesús nos muestra que no hay mérito en amar a quien nos ama, porque eso también lo hacen los pecadores. Los cristianos, sin embargo, estamos llamados a amar a nuestros enemigos, hacer el bien, prestar sin esperar nada a cambio y sin intereses.
La presencia del Reino de Dios inaugurado por Jesús enseña a sus discípulos la necesidad de ir contra lo que se estila en la sociedad e incluso en el Antiguo Testamento, sobre todo con la Ley del Talión (cf. Lev 24, 18-20). Porque el amor a los enemigos es una actitud propia y específica de los discípulos de Jesús y gran aporte a la ética cristiana. Muchas veces se oye: “Si yo vivo según las enseñanzas de Jesús, entonces todos se reirán en mi cara…”. Pero si Jesús nos dice estas cosas es porque, como creyentes, podemos hacerlas: “Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo”. El amor que Jesús nos propone es gratuito, se ofrece a fondo perdido, ya que coloca su razón de ser en algo que supera los sentimientos, las tendencias, el cálculo humano e incluso el odio. Es decir, pone su expectativa en la misericordia de Dios: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”.
No obstante, más de alguien puede decir: “¡No soy capaz de amar o perdonar a quien me ha ofendido!”. Si no lo crees, es un problema de tu amor propio herido, pero el camino cristiano es este y no otro. Solamente con un corazón misericordioso podremos hacer todo aquello que el Señor nos aconseja. La vida cristiana no es una vida autorreferencial, sino una vida que sale de sí misma para darse a los otros. Es un don, es amor, y, por lo tanto, el amor no vuelve sobre sí mismo ni es egoísta, sino que se entrega como acto de amor y oblación.
“Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian” (Lc 6, 27).