El tiempo de Jesús se ha cumplido y la cercanía de su Reino se manifiesta en sus acciones como también en el compromiso de transformar la sociedad. El término griego (Kairós) utilizado para el “tiempo” no remite a algo cronológico, sino a un momento caracterizado más por su cualidad que por su cantidad. Es un tiempo significativo, de esos que cambian la vida y la trasciende. En ese lapso, Jesús anuncia que él es el Señor de la historia, es decir, lo que antes era una promesa ahora es una realidad con su persona.
Pero este Dios, que se ha hecho cercano, invita y pide una respuesta concreta del hombre. ¡Conviértete! Esa conversión solo se logra creyendo en el mensaje de Jesús. No obstante, el problema del “cambio” se produce cuando no se cree y no se toma a Dios en serio. Su mensaje de conversión queda como en un instante eterno. Entonces, ¿por qué afirmar que su Reino está cerca? Porque ese Reino se gesta en el interior de cada persona y en lo más profundo de su corazón. Por eso que la “conversión” no se trata solo de una cuestión moral sino de algo más radical y gozoso: la transformación de la mente, el corazón y las acciones de cada día.
El problema de la “conversión” estriba cuando al ser consecuentes con lo que Dios nos pide terminamos haciendo todo lo contrario. Es decir, sabemos que Dios es fiel, pero desconfiamos de su providencia; Dios perdona y siempre cerramos filas no perdonando a los que nos ofenden; Dios es generoso y, las más de las veces, concluimos que somos el ombligo del mundo y todo me pasa a mí. La cruz de Cristo es el signo más elocuente de que Dios no es como Jonás, ni como los que no necesitan convertirse. Jesús llama y extiende sus brazos. Nadie queda fuera de su amor reconciliador, pero siempre corre el riesgo de que le respondan con un “No”.
“El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia…”. Mc 1, 15.
P. Fredy Peña T., ssp