A pesar de nuestras ambigüedades como creyentes, hemos de construir una sociedad basada en la justicia del Reino y no bajo nuestros propios criterios egoístas. Jesús compara el Reino de los Cielos con el patrón que salió de madrugada y pactó con los trabajadores un denario por día. A los últimos en contratar no les dice cuánto les pagará, sino lo que sea justo por su trabajo.
La decisión del patrón de pagar a todos lo mismo expone el corazón de lo que implica la justicia del Reino y establece una distinción entre la justicia de los hombres y la de Dios. Según la primera, cada cual recibe por lo que hizo, sin tener en cuenta las necesidades de cada uno; la justicia del Reino basa su “retribución” en el principio de que todos tienen derecho a la vida en abundancia aunque hayan llegado más tarde.
El reclamo de los trabajadores de la primera hora es la protesta instintiva del hombre que se cree con privilegios, por sobre el don regalado a aquellos que nada tienen. Su molestia no es porque les paguen más, sino por la igualdad de trato que da el patrón. No pueden ver con buenos ojos que los últimos hayan sido favorecidos.
Tanto los trabajadores de la primera hora como los últimos no representan a ningún grupo ni menos gozan de algún privilegio, sino que Jesús integró a los trabajadores del amanecer para ejemplificar la generosidad y la justicia de Dios. No podemos hacer cálculos con Dios, prescribiéndole lo que debe dar a este o aquel. Hacer comparaciones sobre los dones recibidos y lamentarnos por haber recibido poco es una ofensa a la libertad de Dios. El hombre es libre para elegir, Dios también lo es en su bondad; ¡tanto!, que los últimos trabajadores de la viña son el reflejo de todos nosotros y Dios se da a todos.
“Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.», Mt 20, 16.
P. Fredy Peña T., ssp