María, como mujer liberada del pecado original por una gracia singular de Dios, fue totalmente libre de las esclavitudes interiores, por lo cual, nada mejor que ponernos bajo su protección, a fin de que, entregándole la propia historia, el presente y el futuro, con nuestro modo de pensar, sentir, hablar y actuar, recibamos del Señor la gracia de un nuevo orden interior que nos ayude a vivir con mayor libertad y alcanzar la vida en plenitud para la que fuimos creados.