El Salvador es un pueblo profético que hizo decir a Óscar Arnulfo Romero, obispo padre de los pobres: ” siento que el pueblo es mi profeta” (8 de julio de 1979). Su voz resonaba fuerte y clara, en nombre de Dios, para detener la violencia, el odio y la muerte en El Salvador. Él mismo, tan cercano al sufrimiento, fue convertido por su pueblo para recorrer un proceso de fe que lo ayudó a ser Pastor en años particularmente torturadores de los más humildes.
Cuando el odio de los poderosos sembraba violencia y muerte, crucificando a miles de artesanos de la paz y de la justicia, monseñor Óscar Romero encaminó decididamente a la Iglesia de El Salvador hacia la opción por los pobres, camino exigente de santidad, que lo vio sufrir la misma realidad que su pueblo: el martirio.