Viernes Santo de la Pasión del Señor. Rojo.
Ayuno y abstinencia. Colecta para los Lugares Santos.
Solo el amor vence el odio
Vemos muchas cruces, demasiadas, a lo largo de nuestra vista. Siempre contemplo con tristeza los enormes cementerios de guerra con miles y miles de cruces… ¡Cuántas vidas truncadas por el delirio de pocos!
Viajando por nuestras rutas, observamos tantas cruces que nos señalan accidentes fatales. Pocos por fallas mecánicas, casi todos por irresponsabilidad de quienes manejan, de quienes custodian, de quienes mantienen nuestras rutas. Tantos por el alcohol y las drogas. ¡Cuántas vidas por culpa de la inconsciencia!
Otras veces, no hay una cruz, sino una estrella de David, una media luna u otro signo. Pero significan lo mismo. Alguien acabó ahí su vida.
También se exhiben cruces en las Iglesias, en las casas, en los cuartos… que indican que allí se reúnen o viven creyentes en el Señor crucificado.
Algunos lucen cruces muy costosas, de oro y diamantes, simplemente, para ostentar que tienen mucho dinero. Son cruces que no me muestran al Señor crucificado. Salvo las cadenitas y las crucecitas de oro, que pueden habernos regalado y que llevamos con recato y no a la vista, siempre al cuello: nos recuerdan la fe del ser querido que nos obsequió la cruz y, muchas veces, también la fe. Es la crucecita que nos protege.
Hay muchas otras cruces que se llevan sangrando en el corazón, provocadas por traiciones, desprecios, engaños, odios. Son cruces que no se ven y que podemos ayudar a llevar como el buen Cireneo.
Detrás de cada cruz, hay una vida. Cada cruz nos debería recordar a quién dio la suya, el crucificado; para que no hubiera más tantas cruces entre los hombres. Solo su amor es más fuerte que el odio. Es lo que nos pide en este Viernes Santo: vencer los odios con el amor.
Llevemos la cruz al hombro para cuidar nuestra vida y la de los hermanos, y para que contemplemos cada vez menos cruces en el paisaje.
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio (Jn 19, 18).
P. Aderico Dolzani, ssp.
La Iglesia, según la antigua tradición, ni hoy ni mañana celebra los sacramentos, excepto la Penitencia y la Unción de los enfermos.
En este día, la comunión se distribuye a los fieles únicamente en la celebración de la Pasión del Señor; a los enfermos que no pueden asistir a esta celebración, se les puede llevar la comunión en cualquier momento del día.
El altar debe estar totalmente despojado: sin cruz, sin candelabros y sin manteles.
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Después del mediodía, alrededor de las tres de la tarde, a no ser que alguna razón pastoral aconseje un horario más tardío, se realiza la celebración de la Pasión del Señor, que consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz, y Sagrada Comunión.
La celebración comienza en silencio. Si hay que decir algunas palabras de introducción, debe hacerse antes de la entrada de los ministros. El sacerdote y el diácono, revestidos con ornamentos rojos como para la Misa, se dirigen en silencio al altar, hacen reverencia y se postran rostro en tierra o, según las circunstancias, se arrodillan y oran en silencio. Todos los demás se ponen de rodillas.
PRIMERA PARTE
Liturgia de la Palabra
1ª LECTURA Is 52, 13–53, 12
Lectura del libro de Isaías.
Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. ¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? Él creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado! Yo pongo mi vida en tus manos: Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R.
Soy la burla de todos mis enemigos y la irrisión de mis propios vecinos; para mis amigos soy motivo de espanto, los que me ven por la calle huyen de mí. Como un muerto, he caído en el olvido, me he convertido en una cosa inútil. R.
Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: “Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos”. Líbrame del poder de mis enemigos, y de aquéllos que me persiguen. R.
Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia. Sean fuertes y valerosos, todos los que esperan en el Señor. R.
2ª LECTURA Heb 4, 14-16; 5, 7-9
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquél que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió, por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN Flp 2, 8-9
Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.
EVANGELIO Jn 18, 1–19, 42
En los lugares en que pareciera oportuno, durante la lectura de la Pasión se pueden incorporar aclamaciones.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
C. Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar un huerto y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los Sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:
+ “¿A quién buscan?”.
C. Le respondieron:
S. “A Jesús, el Nazareno”.
C. Él les dijo:
+ “Soy Yo”.
C. Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: “Soy Yo”, ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente:
+ “¿A quién buscan?”.
C. Le dijeron:
S. “A Jesús, el Nazareno”.
C. Jesús repitió:
+ “Ya les dije que soy Yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que éstos se vayan”.
C. Así debía cumplirse la palabra que Él había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me confiaste”. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro:
+ “Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?”.
C. El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: “Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo”.
C. Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?”.
C. Él le respondió:
S. “No lo soy”.
C. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió:
+ “He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho”.
C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole:
S. “¿Así respondes al Sumo Sacerdote?”.
C. Jesús le respondió:
+ “Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”.
C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron:
S. “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”.
C. Él lo negó y dijo:
S. “No lo soy”.
C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquél al que Pedro había cortado la oreja, insistió:
S.“¿Acaso no te vi con Él en la huerta?”.
C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó:
S. “¿Qué acusación traen contra este hombre?”.
C. Ellos respondieron:
S. “Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado”.
C. Pilato les dijo:
S. “Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen”.
C. Los judíos le dijeron:
S. “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie”.
C. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:
S. “¿Eres Tú el rey de los judíos?”.
C. Jesús le respondió:
+ “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?”.
C. Pilato replicó:
S. “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?”.
C. Jesús respondió:
+ “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”.
C. Pilato le dijo:
S. “¿Entonces Tú eres rey?”.
C. Jesús respondió:
+ “Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”.
C. Pilato le preguntó:
S. “¿Qué es la verdad?”.
C. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
S. “Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?”.
C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo:
S. “¡A Él no, a Barrabás!”.
C. Barrabás era un bandido.
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo azotó. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto púrpura, y acercándose, le decían:
S. “¡Salud, rey de los judíos!”.
C. Y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo:
S. “Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en Él ningún motivo de condena”.
C. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto púrpura. Pilato les dijo:
S. “¡Aquí tienen al hombre!”.
C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
S. “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”.
C. Pilato les dijo:
S. “Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo”.
C. Los judíos respondieron:
S. “Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque Él pretende ser Hijo de Dios”.
C. Al oír estas palabras, Pilato se alar-mó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús:
S. “¿De dónde eres Tú?”.
C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo:
S. “¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?”.
C. Jesús le respondió:
+ “Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si esta ocasión no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave”.
C. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban:
S. “Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César”.
C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado “el Empedrado”, en hebreo, “Gábata”. Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos:
S. “Aquí tienen a su rey”.
C. Ellos vociferaban:
S. “¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!”.
C. Pilato les dijo:
S. “¿Voy a crucificar a su rey?”.
C. Los sumos sacerdotes respondieron:
S. “No tenemos otro rey que el César”.
C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado “del Cráneo”, en hebreo “Gólgota”. Allí lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: “Jesús el Nazareno, rey de los judíos”, y la colocó sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos’”.
C. Pilato respondió:
S. “Lo escrito, escrito está”.
C. Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí:
S. “No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca”.
C. Así se cumplió la Escritura que dice: “Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica”. Esto fue lo que hicieron los soldados.
C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo:
+ “Mujer, aquí tienes a tu hijo”.
C. Luego dijo al discípulo:
+ “Aquí tienes a tu madre”.
C. Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya.
C. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo:
+ “Tengo sed”.
C. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús:
+ “Todo se ha cumplido”.
C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.
C. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a Él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: “No le quebrarán ninguno de sus huesos”. Y otro pasaje de la Escritura, dice: “Verán al que ellos mismos traspasaron”. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron, había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor.
Concluida la lectura de la Pasión, hágase una breve homilía, y terminada ésta los fieles pueden ser invitados a hacer un tiempo de oración en silencio.
Oración Universal
La Liturgia de la Palabra concluye con la oración universal que se hace de este modo: el diácono o, en su ausencia, un laico, desde el ambón, dice la invitación que expresa la intención; después todos oran en silencio durante unos momentos y, seguidamente, el sacerdote, desde la sede o, si parece más oportuno, desde el altar, con las manos extendidas, reza la oración. Los fieles pueden permanecer de rodillas o de pie durante toda la oración.
También puede conservarse la costumbre antigua de alternar la postura de los fieles, para lo cual el diácono, después de la monición, dice Nos ponemos de rodillas, permaneciendo todos en esa posición, en silencio, hasta que el diácono invita diciendo Nos ponemos de pie, para escuchar la oración que pronuncia el sacerdote.
I. POR LA SANTA IGLESIA
Oremos, queridos hermanos, por la santa Iglesia de Dios, para que nuestro Dios y Señor le conceda la paz y la unidad, se digne protegerla en toda la tierra y nos conceda glorificarlo con una vida calma y serena.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo has revelado tu gloria a todas las naciones: protege la obra de tu misericordia, para que la Iglesia, extendida por toda la tierra, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu Nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
II. POR EL PAPA
Oremos también por nuestro santo Padre, el Papa N., para que Dios nuestro Señor, que lo llamó al orden episcopal, lo asista y proteja en bien de su Iglesia, para gobernar al pueblo santo de Dios.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, con tu sabiduría ordenas todas las cosas; escucha nuestra oración y protege con amor al Papa que nos diste, para que el pueblo cristiano que tú gobiernas progrese siempre en la fe, guiado por su pastor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
III. POR EL PUEBLO DE DIOS ?Y SUS MINISTROS
Oremos también por nuestro obispo N., por todos los obispos, presbíteros y diáconos de la Iglesia, y por todo el pueblo santo de Dios.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que con tu Espíritu santificas y gobiernas a la Iglesia, escucha nuestras súplicas por tus ministros para que, con ayuda de la gracia, todos te sirvan con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
IV. POR LOS CATECÚMENOS
Oremos también por (nuestros) los catecúmenos, para que Dios nuestro Señor abra los oídos de sus corazones y les manifieste su misericordia, de manera que, perdonados sus pecados por medio del agua bautismal, sean incorporados a Jesucristo.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que fecundas sin cesar a tu Iglesia con nuevos miembros; acrecienta la fe y la sabiduría de (nuestros) los catecúmenos, para que, renacidos en la fuente bautismal, sean contados entre tus hijos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
V. POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Oremos también por todos nuestros hermanos que creen en Cristo; para que Dios nuestro Señor reúna y conserve en su única Iglesia a quienes procuran vivir en la verdad.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que congregas a quienes están dispersos y conservas en la comunión a quienes ya están unidos, mira con bondad el rebaño de tu Hijo, para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad reúnan a los que han sido consagrados por el único bautismo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
VI. POR LOS JUDÍOS
Oremos también por el pueblo judío, a quien Dios nuestro Señor habló primero, para que se acreciente en ellos el amor de su Nombre y la fidelidad a su alianza.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas a Abraham y a su descendencia, escucha con bondad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera Alianza llegue a la plenitud de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
VII. POR QUIENES NO CREEN EN CRISTO
Oremos igualmente por quienes no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, puedan también encontrar el camino de la salvación.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo que, viviendo en tu presencia con sinceridad de corazón, encuentren la verdad; nosotros, ayúdanos a progresar en la caridad fraterna y en el deseo de conocerte mejor, para ser ante el mundo, testigos más auténticos de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
VIII. POR QUIENES NO CREEN EN DIOS
Oremos también por quienes no conocen a Dios, para que, buscando con sinceridad lo que es recto, puedan llegar hasta él.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, tú has creado al hombre para que te buscara con ansia y hallara reposo al encontrarte; concede que todos, aun en medio de las dificultades, por los signos de tu amor y el testimonio de los creyentes, se alegren al reconocerte como único Dios verdadero y Padre de todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
IX. POR LOS GOBERNANTES
Oremos también por los gobernantes de las naciones, para que Dios nuestro Señor guíe sus mentes y sus corazones, según su voluntad, hacia la paz verdadera y la libertad de todos.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, en cuyas manos están los corazones de los hombres y los derechos de las naciones, asiste con bondad a nuestros gobernantes para que, con tu protección, afiancen en toda la tierra la prosperidad de los pueblos, la paz duradera y la libertad religiosa. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
X. POR LOS QUE SUFREN
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso por todos los que sufren las consecuencias del pecado en el mundo, para que aleje las enfermedades, alimente a los que tienen hambre, redima a los encarcelados, libere de la injusticia a los oprimidos, dé seguridad a los viajeros, conceda el regreso a los ausentes, la salud a los enfermos y la salvación a los moribundos.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fuerza de los atribulados, lleguen hasta ti las súplicas de los que te invocan en cualquier necesidad, para que puedan alegrarse al experimentar la cercanía de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
SEGUNDA PARTE
Adoración de la Santa Cruz
Concluida la oración universal, se realiza la solemne adoración de la santa Cruz. De las dos formas que se proponen a continuación para mostrar la cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada, de acuerdo con las circunstancias.
PRESENTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
Primera forma
El diácono u otro ministro idóneo lleva procesionalmente la Cruz, cubierta con un velo morado, por la iglesia hasta el medio del presbiterio, acompañado por dos ministros con cirios encendidos. El sacerdote, de pie ante el altar, recibe la cruz y, descubriéndola en la parte superior, la eleva, invitando a los fieles a adorar la Cruz, con las palabras Éste es el árbol de la Cruz, ayudado en el canto por el diácono o si es necesario por el coro. Todos responden Vengan y adoremos. Acabada la aclamación, todos se arrodillan y adoran en silencio, durante unos momentos, la Cruz que el sacerdote, de pie, mantiene en alto.
Este es el árbol de la Cruz ?donde estuvo suspendida?la salvación del mundo.
Y todos responden: Vengan y adoremos.
Luego, el sacerdote descubre el brazo derecho de la Cruz y, elevándola nuevamente, comienza la invitación Este es el árbol de la Cruz, como en la primera vez.
Segunda forma
El sacerdote o el diácono, con los ministros, u otro ministro idóneo, se dirige a la puerta de la iglesia donde toma la Cruz descubierta. Desde allí, se hace la procesión por la iglesia hacia el presbiterio, acompañado por dos ministros con cirios encendidos. Cerca de la puerta, en medio del templo y antes de ingresar al presbiterio, el que lleva la Cruz la eleva y dice la invitación Este es el árbol de la Cruz, a la que todos responden Vengan y adoremos. Después de cada respuesta, todos se arrodillan y adoran en silencio, como se ha indicado antes.
Adoración de la santa Cruz
Después, acompañado por dos ministros con cirios encendidos, el sacerdote lleva la cruz hasta el ingreso del presbiterio o a otro lugar apto, y allí la coloca o la entrega a los ministros para que la sostengan, dejando los cirios a ambos lados de la Cruz.
Para adorar la Cruz, se acerca primero el sacerdote, habiéndose quitado la casulla y el calzado, si es oportuno. Después se acercan procesionalmente el clero, los ministros laicos y los fieles, y veneran la Cruz con una genuflexión simple o con algún otro signo adecuado según la costumbre del lugar, por ejemplo, besando la cruz.
Para la adoración sólo debe haber una única Cruz. Si por la gran cantidad de participantes en la celebración, no todos pueden acercarse individualmente, el sacerdote, después que parte del clero y de los fieles ha hecho la adoración, toma la Cruz y, de pie ante el altar, invita al pueblo con breves palabras a adorarla. Luego levanta la Cruz en alto durante unos momentos y los fieles la adoran en silencio.
Mientras se realiza la adoración de la Cruz, se canta la antífona Señor, adoramos tu Cruz, los Improperios, el himno Esta es la Cruz de nuestra fe, u otro canto adecuado. Los fieles, luego de venerar la Cruz, regresan a sus lugares y se sientan.
TERCERA PARTE
Sagrada comunión
Sobre el altar se extiende el mantel y se colocan el corporal y el Misal. Luego el diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, con el velo humeral trae el Santísimo Sacramento desde el lugar de la reserva, por el camino más breve, mientras todos permanecen de pie y en silencio. Dos ministros acompañan al Santísimo Sacramento con cirios encendidos, que colocan junto al altar o sobre el mismo.
Una vez colocado el Santísimo Sacramento sobre el altar y descubierto el copón, el sacerdote se acerca, hace genuflexión y sube al altar.
El sacerdote, con las manos juntas, dice en alta voz:
Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
El sacerdote con las manos extendidas continúa junto con el pueblo:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue, él solo:
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Junta las manos. El pueblo concluye la oración, aclamando:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:
Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, sirva para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.
El sacerdote hace genuflexión, toma una hostia consagrada y, sosteniéndola un poco elevada sobre el copón, la muestra al pueblo diciendo:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Y, juntamente con el pueblo, añade:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo, diciendo en voz baja: El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.
Después distribuye la comunión a los fieles. Durante la comunión se puede cantar el Salmo 21 u otros cantos apropiados.
Concluida la distribución de la comunión, el diácono o un ministro idóneo lleva el copón al lugar preparado especialmente fuera de la iglesia, o bien, si lo exigen las circunstancias, es colocado en el sagrario.
Después, el sacerdote dice: Oremos; según las circunstancias, se hace una pausa de sagrado silencio; luego se dice la siguiente oración:
Dios todopoderoso y eterno, tú nos has redimido por la santa muerte y la resurrección de Jesucristo; mantén viva en nosotros la obra de tu misericordia para que, por la participación en este santo misterio, permanezcamos dedicados a tu servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Para despedir al pueblo, el diácono o en su defecto el mismo sacerdote puede invitar con estas palabras: Inclínense para recibir la bendición.
Luego el sacerdote, de pie y mirando hacia el pueblo, con las manos extendidas sobre él, dice la siguiente oración sobre el pueblo:
Te pedimos, Señor, que descienda una abundante bendición sobre tu pueblo, que ha recordado la muerte de tu Hijo con la esperanza de su Resurrección: llegue a él tu perdón, concédele tu consuelo, acrecienta su fe y asegúrale la eterna salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Después de hacer genuflexión delante de la cruz, se retiran todos en silencio.
Luego de la celebración se despoja el altar, quedando solamente la Cruz y los dos o cuatro candeleros.
Los que han participado de la solemne acción litúrgica de la tarde no celebran el Oficio de Vísperas.