La liturgia de hoy nos invita al silencio, a la reflexión y a la adoración, ante el mayor misterio de nuestra fe: Dios es uno en su naturaleza, y trino en las personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es familia, crea al hombre, lo ama, lo recoge en su gloria definitiva.
Por no haber cultivado nuestra fe con el estudio y la oración. Por no abrirnos al amor del Padre Dios. Por no valorar debidamente la comunidad, signo de la Trinidad.
Profesamos nuestra fe en la Trinidad. Toda oración se dirige al Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo.
Ofrecemos en el altar estos dones, que recibimos de su providencia de Padre y que el Espíritu Santo transformará en el cuerpo y en la sangre de Jesús.
La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo en el Espíritu Santo, es anticipo y promesa de vida eterna.
Dios es comunidad, Dios es familia. La Iglesia es la familia de Dios: la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. A nosotros, cristianos, nos corresponde el deber de testimoniarlo con la fe y el amor.