Por René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena
En este domingo 17 de marzo, la comunidad cristiana celebra el 5° de Cuaresma, tiempo de gracia y bendición. El próximo domingo inicia con fervor, Dios mediante, la Semana Santa o Semana Grande, con el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, festividad tradicional y muy apreciada por los fieles. Paso a paso la comunidad se acerca hacia el fin de la Cuaresma, que finaliza el Jueves Santo por la tarde, antes de la Misa de la Cena del Señor. En estas semanas de Cuaresma, han procurado los fieles oración más prolongada e intensa, a partir especialmente de un acercamiento habitual y profundo a la Palabra del Señor, como también en la participación asidua de la santa Eucaristía y otras expresiones tradicionales de la piedad popular, como el Via Crucis. En la catedral he observado numerosos fieles ante el Cristo de la Agonía -a la entrada derecha del Templo, junto a la gran imagen de Nuestra Señora de Guadalupe-, se procura también el ayuno y la abstinencia, en especial en los viernes de Cuaresma, y con mayor dedicación el Viernes Santo. Por otra parte, en las parroquias y comunidades se ha distribuido en gran medida las cajitas Cuaresma de Fraternidad, acción tradicional en nuestro país, para vivir el tercer aspecto de la espiritualidad de la Cuaresma, cual es, la solidaridad. En especial este año con la motivación: Salir al encuentro de las familias en condiciones de vulnerabilidad, para acompañarlas en un gesto fraternal, inspirados en el lema: “Chile tiende la mano a las familias vulnerables”. En la Arquidiócesis es una bella tradición que las cajitas se devuelvan con el ofrecimiento, personal y familiar, el Jueves Santo, en cualquier hora de la jornada. A Dios las gracias, pues este gesto nos ayuda a manifestar nuestra solidaridad con quienes están sufriendo a causa de la escasez o por falta de una fuente laboral y nos permita en fraternidad concretar este aspecto tan importante del Tiempo de Cuaresma.
Como cada domingo, los textos dispuestos para la Eucaristía son de gran profundidad y también de numerosas perspectivas. En la primera lectura del profeta Jeremías 31, 31-34; el Salmo Responsorial corresponde al 50, 3-4. 12-15; la segunda lectura de la Carta a los Hebreos 5, 7-9; y el santo Evangelio de Juan 12, 20-33. Resalta la proclamación de Jesús que orienta la celebración de este día y ofrece los contenidos de ella: “Les aseguro que, si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da fruto abundante” (v 24).
En la proclama de Jesús, Él revela a los suyos, también a los discípulos de todos los tiempos y obviamente a nosotros, el significado de su muerte y resurrección. Son los acontecimientos fundamentales en su vida, con efectos universales de salvación para sus discípulos misioneros, de cada época y lugar. Obviamente, son los misterios fundamentales también para nosotros, pues la muerte y resurrección de nuestro Salvador son redentoras. Gracias a su entrega generosa en el madero de la Cruz y en su resurrección gloriosa, nosotros tenemos vida abundante en Él.
En domingo la comunidad cristiana celebra la memoria de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Salvador. A las puertas de Semana Santa, las lecturas de hoy nos presentan al Señor que se encamina a vivir su hora trascendental con admirable fortaleza, en la que entrega por amor al Padre -a su proyecto salvífico- y nuestra salvación, su propia vida. En los días santos, especialmente en el Triduo Pascual -que se inicia con la Misa vespertina del Jueves Santo como su prólogo y que comprende los días, viernes, sábado y domingo, concluyendo con las vísperas del Domingo de Resurrección- memoramos la entrega de nuestro Salvador, su hora.
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Gracias por enseñarnos.