Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena.
En este último domingo de agosto, la comunidad cristiana celebra el 21° del Tiempo Ordinario. Acoge, como cada domingo, textos verdaderamente inspiradores para la vida personal, familiar y en la comunidad fraterna de los hermanos que lo celebra en su misterio principal, su triunfante resurrección, venciendo al dolor, el sufrimiento y la misma muerte: ¡Cristo resucitado, vive para siempre!
En este domingo la Iglesia en nuestro país vive también una jornada importante: Día de Oración por los Pueblos Originarios. Los tenemos frecuentemente presente en la oración, mas de un modo especial en este domingo, dando gracias al Señor por sus grandes aportaciones, rogando por ellos y sus familias, confiando su presente como su porvenir al amor y a la bondad del Señor.
La comunidad cristiana de pie –signo de dignidad delante de Dios y también de prontitud para salir a vivir lo anunciado-, escuchará la última parte del 6° capítulo del cuarto evangelista, Juan 6, 60-69, catequesis de nuestro Señor en la sinagoga de Cafarnaún.
Destaca el evangelista las reacciones de los presentes a las palabras de Jesús -que había “bajado” del cielo y que daba a “comer su carne y a beber su sangre”, para tener vida en Él-: “Este discurso es bien duro: ¿quién podrá escucharlo?” (v 60). Maravillado se demuestra el Señor y remite en sus preguntas-respuestas a los oyentes sobre su condición de resucitado, vale decir, “su carne”, no en su condición humana, sino gloriosa y plena del Espíritu: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué será cuando vean al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada” (vv 61-63).
Sabemos que, sin la obra del Espíritu, no es posible comprender la Palabra del Señor y sus signos. Como tampoco se sustenta un encuentro con Él sino se adhiere en la fe a su persona.
Afirma el evangelista: “Desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con Él” (v 66). Pregunta el Señor a los suyos con un dejo de tristeza y provocación, para suscitar una adhesión en libertad: “¿También ustedes quieren abandonarme?” (v 67). Es el apóstol Simón Pedro, que toma la iniciativa para dar respuesta al Maestro a pregunta tan decisiva: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabas de vida eterna. Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Consagrado de Dios” (vv 68-69). Hermosa respuesta de Simón Pedro -en plural- hablando en nombre de los Doce, también de la comunidad cristiana apostólica.
Al reflexionar este pasaje bíblico, puede resonar hoy entre nosotros la pregunta de Jesús: “¿También ustedes quieren abandonarme?” (v 67).
La invitación es responder al Señor como Simón Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Consagrado de Dios” (vv 68-69). ¡Permita el Señor en su gracia que hoy demos esta respuesta y vivamos según ella, no obstante, los desafíos a la profesión de fe por los cambios culturales que cruzan el mundo!