María Magdalena es aquella de la que Jesús había “expulsado siete demonios” y se había convertido de la prostitución al amor virginal del Maestro. En un banquete, con lágrimas de arrepentimiento, ungió los pies de Jesús con un preciado perfume y se los limpió con sus cabellos. De ella dijo Jesús: “Se le perdonó mucho porque amó mucho”. María Magdalena quedó profunda y santamente enamorada de Cristo y lo acompañó fielmente en su vida pública, hasta los pies de la Cruz al lado de la Virgen María y san Juan. Su amor ardiente al Maestro se ve premiado el día de la Resurrección: es la primera que llega al sepulcro de Jesús, y llora desconsolada porque “se han llevado el Cuerpo del Señor”. Pero Jesús resucitado se le aparece preguntándole por qué llora, pero ella no lo reconoce hasta que escucha que la llama con ternura por su nombre, como solía hacerlo: “María”. Y la convierte en la primera testigo y misionera de la Resurrección: “Ve donde mis hermanos y diles: Yo subo al Padre mío y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes”. Por eso se la llama “apóstola de los apóstoles”. Dice una tradición que luego de la Ascensión se retiró a Éfeso con san Juan y la Madre de Jesús, para llevar una vida penitente y contemplativa. Para Dios nadie está perdido si hay arrepentimiento.