San Francisco de Sales, o., y d. (MO). Blanco.
Leccionario Santoral: Éf 3, 8-12; Sal 36, 3-6. 30-31; Jn 15, 9-7.
Reseña
Nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto del año 1567. Obispo de Ginebra, y Doctor de la Iglesia. Fundador de la Congregación de la Visitación. Conocido como el santo de la amabilidad. San Francisco comprendió la necesidad de predicar la Palabra de Dios a través de nuevos medios y enfrentándose a la doctrina calvinista. Tuvo que difundir las ideas católicas repartiendo de casa en casa un periódico que él mismo escribió y editó. Sus obras más conocidas son El Tratado sobre el Amor de Dios y la Introducción a la vida devota. Murió el 28 de diciembre del año 1622 en Lyon y fue canonizado en el año 1655.
LECTURA 1Sam 24, 3-21
Lectura del primer libro de Samuel.
Saúl reunió a tres mil hombres seleccionados entre todo Israel y partió en busca de David y sus hombres, hacia las Peñas de las Cabras salvajes. Al llegar a los corrales de ovejas que están junto al camino, donde había una cueva, Saúl entró a hacer sus necesidades. En el fondo de la cueva, estaban sentados David y sus hombres. Ellos le dijeron: «Éste es el día en que el Señor te dice: “Yo pongo a tu enemigo en tus manos; tú lo tratarás como mejor te parezca”». Entonces David se levantó y cortó sigilosamente el borde del manto de Saúl. Pero después le remordió la conciencia, por haber cortado el borde del manto de Saúl, y dijo a sus hombres: «¡Dios me libre de hacer semejante cosa a mi señor, el ungido del Señor! ¡No extenderé mi mano contra él, porque es el ungido del Señor!» Con estas palabras, David retuvo a sus hombres y no dejó que se abalanzaran sobre Saúl. Así Saúl abandonó la cueva y siguió su camino. Después de esto, David se levantó, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl: «¡Mi señor, el rey!» Saúl miró hacia atrás, y David, inclinándose con el rostro en tierra, se postró y le dijo: «¿Por qué haces caso a los rumores de la gente, cuando dicen que David busca tu ruina? Hoy has visto con tus propios ojos que el Señor te puso en mis manos dentro de la cueva. Aquí se habló de matarte, pero yo tuve compasión de ti y dije: “No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido del Señor”. ¡Mira, padre mío, sí, mira en mi mano el borde de tu manto! Si yo corté el borde de tu manto y no te maté, tienes que comprender que no hay en mí ni perfidia ni rebeldía, y que no he pecado contra ti. ¡Eres tú el que me acechas para quitarme la vida! Que el Señor juzgue entre tú y yo, y que Él me vengue de ti. Pero mi mano no se alzará contra ti. “La maldad engendra maldad”, dice el viejo refrán. Pero yo no alzaré mi mano contra ti. ¿Detrás de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién estás persiguiendo? ¡A un perro muerto! ¡A una pulga! ¡Que el Señor sea el árbitro y juzgue entre tú y yo; que Él examine y defienda mi causa, y me haga justicia, librándome de tu mano!» Cuando David terminó de dirigir estas palabras a Saúl, éste exclamó: «¿No es esa tu voz, hijo mío, David?», y prorrumpió en sollozos. Luego dijo a David: «La justicia está de tu parte, no de la mía. Porque tú me has tratado bien y yo te he tratado mal. Hoy sí que has demostrado tu bondad para conmigo, porque el Señor me puso en tus manos y tú no me mataste. Cuando alguien encuentra a su enemigo, ¿lo deja seguir su camino tranquilamente? ¡Que el Señor te recompense por el bien que me has hecho hoy! Ahora sé muy bien que tú serás rey y que la realeza sobre Israel se mantendrá firme en tus manos».
Palabra de Dios.
Comentario: Saúl sigue sin bajarse del trono y ahora, movido por su orgullo, parte con tres mil personas buscando matar a David. Con todo, David es quien tiene la ocasión de terminar con él, pero no se deja llevar por la venganza y el resentimiento, mostrando así su hidalguía y grandeza al sentir que era Dios quien lo había elegido y no era él quien quería destronar a Saúl.
SALMO Sal 56, 2-4. 6. 11
R. ¡Ten piedad de mí, Dios mío, ten piedad!
Ten piedad de mí, Dios mío, ten piedad, porque mi alma se refugia en ti; yo me refugio a la sombra de tus alas hasta que pase la desgracia. R.
Invocaré a Dios, el Altísimo, al Dios que lo hace todo por mí: Él me enviará la salvación desde el cielo y humillará a los que me atacan. ¡Que Dios envíe su amor y su fidelidad! R.
¡Levántate, Dios, por encima del cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra! Porque tu misericordia se eleva hasta el cielo, y tu fidelidad hasta las nubes. R.
ALELUIA 2Cor 5, 19
Aleluia. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, confiándonos la palabra de la reconciliación. Aleluia.
EVANGELIO Mc 3, 13-19
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia Él, y Jesús instituyó a doce, a los que les dio el nombre de Apóstoles, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios. Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Palabra del Señor.
Comentario: Jesús llama “a su lado a los que (él) quiso”, y por ello ninguno podrá sentirse orgulloso… En términos futboleros, no pueden decir: “me eligió por ser el mejor portero o centro delantero”. Jesús llama a los Apóstoles primero “para que estuvieran con él”; él mismo los prepara y los capacita para la misión. Sólo así, los elegidos de Dios podremos transformar este mundo en su Reino.