San Buenaventura, obispo y doctor (MO). Blanco.
Prefacio de santos pastores. Semana 15ª durante el año – Semana III del Salterio. Leccionario Santoral: Ef 3, 14-19; Sal 118, 9-14; Mt 23, 8-12.
Su nombre de pila es Juan. Nace en Bagnoreggio (Italia) en el año 1218. A los cuatro años, desahuciado por los médicos, su madre se lo lleva a san Francisco de Asís, que lo abraza exclamando: “¡Buona ventura!” (¡Buena suerte!), y Juan se cura. Desde entonces empiezan a llamarle Buenaventura. La primera generación franciscana es de gente sencilla, pescadores y campesinos. Pero cuando Buenaventura ingresa, muy joven, muchos franciscanos son hombres de ciencia, que estudian y enseñan en la mayoría de las universidades europeas, y él mismo llega a ser profesor de teología en París. La vieja generación no ve con buenos ojos la apertura cultural de los jóvenes franciscanos y cierta acomodación de la disciplina conventual. Un día un hermano, fray Egidio, le pregunta cómo podría salvarse sin saber nada de teología, Buenaventura responde: “Si Dios le da al hombre la sola gracia de poder amarlo, eso basta… Una ancianita puede amar a Dios incluso más que un profesor de teología”. Afirma: “No basta la ciencia sin el amor”. Es elegido superior general a los 36 años, y luego creado cardenal y consagrado obispo de Albano (Roma). El papa Gregorio X le encarga preparar el segundo Concilio de Lyón (Francia), al que es invitado también el dominico Tomás de Aquino, quien fallece dos meses antes de la apertura del Concilio, realizada el 7 de mayo del año 1274. Ese mismo año, el 15 de julio, pasa Buenaventura a recibir el premio eterno en Lyón.
Lectura del libro del Éxodo.
Los israelitas fueron fecundos y se multiplicaron, hasta convertirse en una muchedumbre numerosa. Mientras tanto, asumió el poder en Egipto un nuevo rey, que no había conocido a José. Él dijo a su pueblo: «El pueblo de los israelitas es más numeroso y fuerte que nosotros. Es preciso tomar precauciones contra él, para impedir que siga multiplicándose. De lo contrario, en caso de guerra se pondrá de parte de nuestros enemigos, combatirá contra nosotros y se irá del país». Entonces los egipcios pusieron a Israel a las órdenes de capataces, para que lo oprimieran con trabajos forzados. Así Israel construyó para el Faraón las ciudades de almacenamiento de Pitóm y Ramsés. Pero a medida que aumentaba la opresión, más se multiplicaba y más se expandía. Esto hizo que la presencia de los israelitas se convirtiera en un motivo de inquietud. Por eso, los egipcios redujeron a los israelitas a la condición de esclavos, y les hicieron insoportable la vida, forzándolos a realizar trabajos extenuantes: la preparación de la arcilla, la fabricación de ladrillos y toda clase de tareas agrícolas. Entonces el Faraón dio esta orden a su pueblo: «Arrojen al Nilo a todos los varones recién nacidos, pero dejen con vida a las niñas».
Palabra de Dios.
Comentario: Las realidades cambian y, en este caso, la coronación de un nuevo rey en Egipto hizo que los israelitas pasaran de ser bien tratados a esclavos y oprimidos. Así como Dios se manifestó por medio de José, en esta nueva y dura realidad irá preparando a otra persona para salvar a su querido pueblo.
SALMO Sal 123, 1-8
R. ¡Nuestra ayuda está en el nombre del Señor!
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte cuando los hombres se alzaron contra nosotros, nos habrían devorado vivos cuando ardió su furor contra nosotros. R.
Las aguas nos habrían inundado, un torrente nos habría sumergido, nos habrían sumergido las aguas turbulentas. ¡Bendito sea el Señor, que no nos entregó como presa de sus dientes! R.
Nuestra vida se salvó como un pájaro de la trampa del cazador la trampa se rompió y nosotros escapamos. Nuestra ayuda está en el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra. R.
ALELUYA Mt 5, 10
Aleluya. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Aleluya.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús dijo a sus apóstoles: «No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que los recibe a ustedes me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo no quedará sin recompensa». Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.
Palabra del Señor.
Comentario: La expresión de Jesús parece contradecirse con aquel príncipe de la paz que anunciara Isaías (9, 5). Por el contrario, Jesús no vino a declarar la guerra, y reprendió a los que querían bajar fuego sobre una ciudad (Lc 9, 54ss). La división que Jesús trae radica en las exigencias de renunciar a lo más querido para asumir la propia cruz detrás de él.