El título del libro es como una “sublevación” ante lo que comúnmente conocemos como pobreza. Quizá llame la atención el nombre y la forma de cómo el autor aborda el contenido de este, ya que el primer capítulo lleva por título ¡Rebélense! En una entrevista le preguntaron por qué ese nombre y señaló: “Este libro fue publicado en francés bajo el título: Rebelarse con amor para amar… porque comprendí personalmente que la violencia no es una solución a ningún problema. Desde entonces, quiero ayudar a mis hermanos a tomar conciencia de que se pueden resolver los problemas por medios pacíficos y, sobre todo, con la verdad”.
En la obra del sacerdote Pedro Opeka se percibe el testimonio de alguien que ha vivido en carne propia, con los pobres, las consecuencias de lo que significa subsistir entre los que tienen menos. Este misionero de la Congregación de San Vicente de Paul, nacido en San Martín (provincia de Buenos Aires) en 1948, vive en Madagascar desde hace más de cuarenta años, donde lidera una verdadera cruzada contra la pobreza y la miseria. Hace poco, fue homenajeado por el gobierno argentino por su labor como misionero y también por haber sido proclamado para el Premio Nobel de la Paz.
El testimonio de generosidad y trabajo de este misionero sorprende, sobre todo cuando sus actos de caridad han quedado plasmados en este libro, y por supuesto en los corazones de los malgaches. Si hay algo que conmocionó a este hombre, sin duda, fue el cómo vivían estos hermanos sin una casa digna, sin trabajo y en condiciones deplorables para subsistir. Fue así que creó, con un grupo de colaboradores, la asociación humanitaria de “Akamasoa” (1990), a través de ella, miles de malgaches construyen sus casas, pican piedras para sobrevivir y escolarizan a sus hijos. Es decir, más allá de “asistir” y cambiar esta realidad, el padre Opeka intenta que los malgaches se hagan cargo de su situación. Es cierto que están en condiciones de precariedad extrema, pero él les ha enseñado que de las realidades injustas se sale, si bien con ayuda, pero también siendo “proactivos” y haciéndose cargo de su problema.
En la visita que tuviera con el papa Francisco, en la casa de Santa Marta, el papa le dijo: “¿Qué lío estás haciendo en Madagascar?”. A lo que el padre Opeka solo contestó señalando lo difícil y sacrificado que es vivir en ese país, pero también gratificante, tal como él lo manifiesta cada vez que ve desplegarse la sonrisa de los niños y parroquianos que a diario comparten con él. Ese es ya un premio “Nobel” para él. Por eso que cada vez que le preguntan cómo hace para continuar una misión tan complicada y dura, contesta: “La gente piensa que tengo una fórmula mágica que me ayuda cuando me mienten, me engañan, me roban… Yo no tengo ninguna fórmula mágica: yo sufro, estoy herido y me duele cuando me ocurre eso. Lloro y, de rodillas delante del Señor, le digo: “¡Ayúdame! ¡Sé que a ti también te hicieron lo mismo!”. También me pregunto: ¿por qué a mí me van a hacer algo distinto de lo que te hicieron a vos? Eso es una gracia de la perseverancia. Hasta yo mismo me sorprendo de cómo pude vivir cuarenta y ocho años en Madagascar, en un medio tan hostil, y mantener la confianza y la certeza de que se puede siempre salir del pozo de la pobreza”.
Fredy Peña Tobar, ssp.