Queridos amigos, el 1° de noviembre la Iglesia celebra la Solemnidad de Todos los Santos. Es una buena ocasión para reflexionar sobre ¿qué es para nosotros ser santo? Pareciera que es algo fuera de nuestro alcance. Conocemos nuestras debilidades y pecados y, a veces, nos lleva al desánimo y al escepticismo de poder llegar a esa meta. Podemos creer que es solo para personas “especiales”, “bendecidas” y no para alguien común y corriente como yo. Sin duda, que este es un error frecuente entre los católicos y se debe principalmente a tener una idea equivocada de la santidad: fenómenos místicos, visiones, revelaciones; en general cosas extrañas y fuera de la vida de un católico común. Sin embargo, la santidad se realiza en el día a día, en las cosas sencillas y humildes hechas con amor, con alegría, bien realizadas y ofrecidas al Señor como una ofrenda para su gloria. Por eso, a Él le ofrecemos siempre “lo mejor”; nos consuela saber que él conoce nuestro corazón. Un detalle no menor, puesto que un corazón puro y humilde es muy agradable a Dios. Pero no un corazón egoísta y orgulloso, porque lo rechaza. Asimismo, la santidad es un “don de Dios” y debemos pedirla cada día. Quien esté más unido a Jesús por la fe, esperanza y caridad, va por el buen camino. Porque, con su ayuda y gracia divina, le será más fácil llegar a ser santo.
Tomar la firme decisión. Sí, hoy es el día de tomar la decisión de aspirar a la santidad. Por parte de Jesús está todo listo: su amistad y cercanía, su evangelio fuente eterna de vida, su presencia real en la Sagrada Eucaristía, la comunidad cristiana, los sacramentos y, muy especialmente, la ayuda maternal de la Virgen María.
Temores. ¿Cuáles son los tus temores para luchar y buscar la santidad? Soy inconstante. Soy débil y no persevero en mis buenos propósitos. Tengo muchas tentaciones y caigo en ellas. Llevo una vida espiritualmente desordenada y sin un plan de vida cristiana. Tengo dudas de fe. No busco los medios para crecer en mi fe. Cultivo poco mi formación católica, etc. No te desanimes, todo eso Jesús lo sabe muy bien y aún te sigue llamando a caminar con Él como discípulo misionero. Es la fidelidad y el amor eterno de Cristo el que disipa todas estas frecuentes dudas y nos llena de paz y deseo de dar la vida por Él y por su evangelio.
Sólo llegan a la santidad los que cada día toman a Jesús como su Maestro interior y ejemplo de vida. Y ¿Cuál es el camino más corto y seguro para ser santos? La respuesta es una sola: las bienaventuranzas de Jesús (Mt 5, 3-12 y Lc 6, 20-23) y el mandamiento nuevo del amor (Jn 13, 34-35). Si cada día entramos en la meditación de estas palabras y actitudes de vida en Cristo, con la ayuda de la Virgen y el buen ejemplo de los hermanos de mi comunidad, no nos será difícil imitar a Jesús y dejar que Él toque y transforme nuestro corazón hasta la santidad.
Trabajar por una vida más espiritual. Sólo el Espíritu Santo puedo llevar a plenitud la obra iniciada por Jesús. Él es el santificador, el consumador, el dador de dones. La invocación diaria y permanente al Espíritu Santo, la docilidad a sus inspiraciones, la inflamación que realiza en nuestros corazones y, sobre todo, los frutos de humildad, caridad, dan testimonio de un verdadero avance hacia la santidad. Reflexionemos personal y comunitariamente: ¿Mantengo vivo el deseo de la santidad? ¿Busco los medios y razones para volver a aspirar a ser santo? ¿Lucho por superar la tibieza? ¿Cómo está hoy mi vida espiritual? ¿A qué estoy dispuesto a renunciar por ella? A nuestra Santísima Madre, la más Santa y llena de gracia nos encomendamos con renovado fervor en este su Mes Bendito.
Con el aprecio de siempre, les bendice.
José Antonio Atucha Abad