Ante la muerte de un ser querido, el divorcio, la pérdida de identidad, la pérdida del trabajo, la enfermedad crónica o la invalidez, hay quien logra orientar con sus propias fuerzas una nueva vida, y también quien se refugia en la amargura y el desconsuelo; quien busca la ayuda de un psicólogo y un sacerdote, quien sana el corazón herido compartiendo con otras personas que viven dolores semejantes. Compartir la propia vulnerabilidad reduce la soledad, el estrés y los problemas emocionales.