19 de mayo de 1536. Ana sale de su celda, elegante como siempre, pálida y demacrada. En el patíbulo, su breve discurso conmueve a la multitud. Luego, el verdugo hace su trabajo. Enrique se vistió de luto y, según cuentan, lloró a escondidas.
Así termina la peripecia de Ana Bolena y Enrique VIII, un rey impulsivo y frágil. Ana había llegado a la corte como dama de la reina Catalina. Es joven, decidida y culta… y el rey pierde la cabeza por ella: una historia cuajada de leyendas y prejuicios que sigue fascinando al gran público.