En este último Domingo de julio, la comunidad cristiana celebra el 17° del tiempo Ordinario. Los textos que acogerá en las celebraciones eucarísticas son hermosos, profundos y de numerosas perspectivas. En el Evangelio (cfr. Mt 13, 44-52) -como en los Domingos precedentes- manifiesta el Señor aspectos del Reino, que Él ha instaurado y anhela crezca entre nosotros.
La parábola del tesoro escondido en un campo: “lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo” (Mt 13, 44); de la perla fina: “un comerciante de perlas finas: al descubrir una de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la compra” (Mt 13, 45-46) y, finalmente, la red echada al mar: “que atrapa peces de toda especie. Cuando se llena, los pescadores la sacan a la orilla, y sentándose, reúnen los buenos en cestas y los que no valen los tiran” (Mt 13, 47- 48).
De las parábolas interesa sobre todo el mensaje que a través de ellas el Señor ofreció a sus discípulos de aquel entonces, como a aquellos a lo largo de los siglos y hoy a nosotros: el Reino de los cielos se parece a… En la parábola de la red echada al mar y la selección de los peces buenos y los que no valen -que nos recuerda la del domingo pasado sobre el trigo y la cizaña- la enseñanza es que cultivemos la bondad y la paciencia, como la de Dios, que nos manifiesta a nosotros misericordia infinita. Interesa de igual modo, la respuesta a la pregunta que propone el Señor: “¿Lo han entendido todo? Le responden que sí, y Él les dijo: Pues bien, un letrado que se ha hecho discípulo del Reino de los cielos se parece al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas” (Mt 13, 51-52).
A la pregunta del Señor: “¿Lo han entendido todo?”. Los discípulos responden que sí (v 51). También nosotros somos interpelados por nuestro Maestro: Desafiados a responder si hemos entendido bien el contenido
profundo de las parábolas, su enseñanza para nuestra vida personal, familiar y en la comunidad de sus discípulos.
Sin duda, conocemos varias de las parábolas del Señor, que Él ha tomado de la vida cotidiana de sus contemporáneos. Éstas son una invitación al discernimiento -personal y comunitario, idealmente también en familia- en
vista de los verdaderos valores, los que Él en su enseñanza nos ha ofrecido, para proseguir trabajando en ellos y avanzar en el camino del conocimiento más profundo de su vida y sus opciones, a fin de adherir a Él de todo corazón, en un encuentro que verdaderamente transforme la vida.
La propuesta que hace el Señor se dirige a lo fundamental, vale decir, hacia los auténticos tesoros y perlas que dan orientación definitiva a la vida: el encuentro con Él y como consecuencia la opción por los valores que provienen de su Evangelio. Él nos enseña que su propuesta es plena de alegría, mayor de la que experimentan los que han descubierto en la vida tesoros y perlas. Procuremos ayudar a las personas, respetando plenamente su libertad, sin embargo, lanzando siempre de nuevo la red, siguiendo de este modo su propia misión, salir al encuentro de todos e invitándolos a ser sus discípulos misioneros.
Por René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena.