Avanzando en el mes de octubre, celebramos su segundo domingo que corresponde al 27° del Tiempo Ordinario. La primera lectura que acoge la comunidad cristiana es del profeta Isaías 5, 1-7; el Salmo es el 79, 9. 12-16. 19-20; y la segunda lectura de la Carta a los Filipenses 4,6-9.
Se tiene presente también en este domingo que octubre es el “Mes de la Familia”. Una presentación somera al respecto realicé en la columna del domingo pasado. La semana precedente hemos dado la partida también a octubre “Mes Misionero”, bajo el lema inspirador: “Corazones fervientes, pies en camino” (cf. Lc 24,13-35). Son millones las personas que aún no conocen a Cristo y su evangelio. Por tanto, estamos invitados a dar gracias a Dios por el don de nuestra fe en Él, el conocimiento de su Palabra, la celebración de los santos sacramentos y la vida eclesial en las comunidades y parroquias, como también nuestra corresponsabilidad por la misión. Ésta la manifestamos rezando por las misiones, procurando colaborar con aquellas personas que se manifiestan dispuestas a salir en misión y ofreciendo nuestro aporte material para el sustento de las obras misioneras, parroquias, comunidades, centros hospitalarios, leprosarios, escuelas y otros. Tengamos presente en este día la maravillosa palabra consignada en el documento de Aparecida: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (DA 29). A Dios las gracias, también a nuestros queridos Padres, grandes e importantes mediaciones, para el conocimiento y el encuentro con nuestro Salvador. El Señor nos mantenga a lo largo de nuestra vida en el fervor misionero.
El Evangelio que se proclama es Mateo 21,33-46, una enseñanza del Señor mediante la Parábola de los viñadores malvados. Ésta da cuenta de unos trabajadores que no solo no entregan al hacendado lo que le correspondía por los beneficios de su viña, sino que maltratan a sus enviados, los golpean, apedrean y matan al hijo, con la intención de quedarse con la herencia, que es la viña y sus frutos. En la parábola queda retratada especialmente la clase dirigente del pueblo de Israel.
Desde el domingo precedente, con la parábola de los dos hijos -uno que responde negativamente, que no irá a trabajar en la viña, pero luego arrepentido va, y el otro que afirma positivamente que irá, pero finalmente no va- el Señor desenmascara la hipocresía que se esconde en la clase dirigente del pueblo. Con la enseñanza del domingo pasado (cfr. Mt 21, 28-32), la de hoy y la del próximo (cfr. Mt 22, 1-14) -parábola del banquete de bodas- se demuestra la creciente tensión entre el Señor y sus enemigos, parábolas y enseñanzas que el evangelista Mateo sitúa antes del relato de la Pasión. En la parábola de hoy, la intención de acabar con el hijo, demuestra fehacientemente los acontecimientos que sucederán con Jesús, el Hijo de Dios.
Agradecemos a Dios sus Palabras de vida, especialmente la enseñanza de Jesús. Acogemos en comunidad la pregunta que el Señor planteó en aquel tiempo: “Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿cómo tratará a aquellos viñadores?” (v 40). Tengamos presente que la viña es el pueblo de Israel, el pueblo escogido, también la Iglesia de Cristo de la cual formamos parte por nuestro bautismo. Por desgracia, también la Iglesia y nosotros sus miembros podemos ser infieles y no producir los frutos que espera el Dueño de la viña. Los frutos esperados provienen, ante todo, de la justicia y la caridad, como otros ampliamente testimoniados por la persona misma de Cristo, nuestro Salvador, con su presencia, Palabra y obras.