Somos llamados a ser felices pero solamente podremos conseguirlo si hacemos más feliz al mundo en el que estamos. La felicidad es un tema apasionante, un arte no fácil y un valor decisivo y fundamental. Es también, una urgencia. Esa es la llamada fuerte que yo recibo cuando miro a la sociedad actual, a la iglesia y la vida religiosa.
Hay tres palabras que marcaron la diferencia de mi vida. Recuerdo el momento en que las oí. Era apenas adolescente cuando un buen educador me dijo: “Tú serás feliz”. Esas palabras sonaron como mágicas y comenzaron a golpear mi corazón. Nunca pensé que un día iban a estar en el origen de un libro sobre la felicidad. Han sido las que abrieron grandes horizontes ante mí en aquel momento y los han seguido abriendo en diferentes etapas de mi vida. En todas ellas he podido concluir que la felicidad a veces es una bendición pero por lo general es una conquista y siempre una oportunidad. He podido, también, aprender que todo el mundo quiere ser feliz y, a ser posible, de inmediato y para siempre.
Desde entonces la felicidad se ha ido presentando en mí como algo que bulle incontrolablemente en mi interior y me pone en movimiento. En esa ocasión, a la que me he referido, aparecieron lágrimas en mi rostro y por más que intentaba secarlas, obstinadamente permanecían como bautizando, no solo una nueva experiencia, sino también un nuevo estilo de vida. Estilo marcado por la búsqueda de ese especial arte de vivir: el de ser feliz haciendo felices a los demás. La felicidad es apertura al otro y a su misterio y solo en camino con el otro vamos siendo felices. Para eso y por eso me hice religioso marianista y en eso estoy tratando de centrar mi vida. He podido comprobar que el sendero hacia la felicidad plena es un sendero de alegría y sinceridad; sendero que atraviesa la vida cotidiana. Para cada uno y para cada momento de la vida la clave está en encontrar la puerta adecuada para entrar en la casa de la felicidad donde descubrimos que es más que un placer; es la alegría de vivir. Todo ello sin olvidar que la sonrisa más bella llega después de las lágrimas más densas.
Casi las mismas palabras las oí de nuevo cuando tenía apenas 20 años. Las pronunció en este caso mi hermana Amparo al venir a visitarme a una comunidad marianista. Mi rostro alegre parece que se las provocó. Ella estaba recién casada y la acompañaba su marido. Yo la pude responder y decirla: “Tú, también eres feliz”. Ella tenía 24 años. Todo esto a pesar de que nuestro pasado estaba hecho de dos historias que daban para nuestras vidas estuvieran marcadas por un dolor profundo y una gran pena. La muerte de la mamá 8 años antes y la del papá 20 años antes. El, fue “asesinado”, hecho desaparecer por ser joven, líder, republicano y como diríamos hoy, de izquierdas y muy solidario. A ella se la llevó un cáncer fulminante.
Mi experiencia de vida y la de muchos con los que he compartido sobre este tema me hace concluir que vivir y ser feliz depende de una actitud interior; no está en la superficie de la persona; para familiarizarse con la felicidad es preciso bajar a lo más profundo de uno mismo y después compartirla desde la solidaridad activa. Para ser feliz el protagonismo personal es insoslayable. Es una aspiración y una exigente realización existencial. Hacerse y hacer feliz pasa por una transformación que se produce de dentro hacia fuera, en una conversión existencial. Como creyente puedo decir que viene del compartir con Cristo el corazón de mi vida. Es algo que yo trato de contagiar y que se origina en lo profundo de mi ser y alcanza a las personas con las cuales uno convive. Desde mi fe viva añadiría que es fruto de una gracia recibida. Siempre se la he pedido mucho a la que es y llamamos “causa de nuestra alegría”. Me gusta verla a ella, a María, como mujer feliz. María es la creyente que fue capaz de poner en sus labios la canción del Magníficat y proclamar que se alegraba en Dios su salvador porque derriba del trono a los poderosos y exalta y llena de felicidad a los humildes. Así uno descubre poco a poco que ella tiene mucho de Dios y no poco de sana humanidad, algo de promesa y una buena cantidad de compromiso.
Ese “tú serás feliz” de adolescente fue evolucionando hasta llegar al título de este libro. Ser feliz es una urgencia. Lo logras de verdad si haces felices a los demás. Ese condicional es de vida o muerte. “Para ser feliz hacer felices a los demás”. La felicidad se comparte y se reparte. Han pasado años para llegar a esta formulación y para tomar conciencia de esta prisa y este apremio. Y estoy seguro que con el correr del tiempo la premura de la felicidad será todavía más fuerte en el horizonte de mi vida.
Ha habido otra circunstancia muy puntual que me llevó a comenzar a escribir este libro. En la Vigilia Pascual del 2014 me encontraba en una catedral de una gran ciudad. El pastor de la diócesis presidía la ceremonia y después de proclamar el evangelio llegó el momento de la homilía. Homilía que duró 15 minutos. Durante ese tiempo no nos miró nunca a la cara a los que estábamos en el público y escuchándole. Su voz era fuerte y dura. Su rostro severo y serio. Sin embargo, una y otra vez nos repetía que había que estar alegres, sobre todo en el tiempo pascual: aleluya, aleluya, aleluya… y nos invitaba a ser felices y a transmitir felicidad… porque Cristo ha resucitado y quiere que seamos felices… Terminada la celebración quedé bastante urgido por decir una palabra clara y precisa de lo que supone la exigencia de la alegría para quien cree y quiere vivir como Jesús resucitado y para quien tiene que transmitir y comunicar la “alegría plena” de Jesús que es el evangelio (Jn, 15,11). Para todos, pero sobre todo para los que anuncian el evangelio, ser feliz es urgente.
Es urgente que muchos cristianos entremos en la escuela de la felicidad. Cambiará nuestra vida. En ella nos dirán que el Dios de la felicidad existe y se llama Jesús de Nazaret; que ésta se gesta a partir de gestos pequeños; que la vida es hermosa cuando regalamos nuestra sonrisa; que tiene algo que ver con el silencio y la paz interior y mucho con el amor que se da y se recibe. Cuando se ha logrado, todo se hace más fácil. Los mejores maestros de esa escuela son los que narran la biografía de su felicidad y evoquen sus testimonios de hombres y mujeres que nos llevan a tomar contacto con la auténtica alegría. Y así nos motivan para tomar una decisión por ella, que por lo demás, no aparece por sí sola. Percibimos en ellos la felicidad como lo esencial de su larga vida. Al escucharles, hablarles y mirarles participamos de su felicidad.
Confío que más de uno concluya al terminar de leer estas páginas que quien las escribió está impulsado por el gran motor de la felicidad y en algo acierta a contagiarla a los demás. Así ese autor será, también, más feliz.