¿Es posible celebrar el día del trabajo este 1 de mayo? Muchos dirán que no, porque hay más de un millón de cesantes producto de la pandemia, porque los sueldos no alcanzan, porque migrantes, pensionados y descartados están llegando por miles a las ollas comunes parroquiales o de otras organizaciones.
En este día del trabajo, cuando la Iglesia recuerda a san José Obrero, como cristianos y obispos creemos firmemente que cuando hay esperanza, es posible celebrar. Y cuánta esperanza vemos en el ejemplar testimonio de trabajadores -entre ellos muy especialmente el personal sanitario – que a pesar de la adversidad, siguen construyendo el porvenir de Chile. Es posible celebrar, porque a pesar de las discordias, son más los que quieren trabajar por el bien común, más allá de ideologías, sin violencia, sin cálculos mezquinos, solo por amor a la patria y a sus hermanas y hermanos.
Creemos que la persona que trabaja colabora con Dios. El trabajo es también una oportunidad para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte además en factor de realización para la familia que, cuando carece de trabajo, está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la tentación de la disolución.
La crisis actual, que es económica, social, cultural, política y también espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo, que dé lugar a una nueva ‘normalidad’, en la que nadie quede excluido. Los cesantes nos llaman a colaborar unidos para generar condiciones favorables a la creación de nuevos empleos, con salarios dignos, en los que haya relaciones laborales de respeto y cooperación.
Los pobres no pueden esperar. Esta tarea ha de ser un compromiso de Chile, más allá de nuestras diferencias. Como nos ha dicho Francisco: “¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!”. Si encarnamos realmente este espíritu, sí, es posible celebrar.