El Evangelio nos presenta el encuentro del joven rico con Jesús y la necesidad de discernir acerca de la riqueza y el desprendimiento. Jesús pregunta al joven rico sobre la Vida eterna, máximo bien para todo el que cree en él. No obstante, ¿por qué este joven se acerca a Jesús? ¿Habría escuchado que más que cumplir con un conjunto de leyes, había que incentivar el espíritu de esa Ley? El Señor sabe perfectamente que un judío conoce los mandamientos de la Ley y lo que implican. Pero al joven rico lo distingue algo en particular y es su afán de “acumular” no solo riquezas, sino también estatus, prestigio, méritos, etcétera. A pesar de ese afán, Jesús le propone una nueva forma de vida para no solo atesorar bienes, sino “compartirlos” en función del prójimo o del bien común. Asimismo, denuncia aquella búsqueda de la riqueza que degenera en una indiferencia de los que tienen menos. Porque el joven rico, aunque se esfuerza como persona en ser generoso, su riqueza lo lleva a fomentar una sociedad más injusta y que no tiene nada que ver con la instauración del Reino de Dios, ya que el Reino implica necesariamente hacer de esta tierra un espejo del cielo donde la justicia, el amor y la paz estén al alcance de todos.
Pero la exigencia de Jesús al joven rico lo sobrepasa, porque al sugerirle que venda todo lo que posee para seguirlo, le pide lo que a todo creyente le cuesta llevar a cabo: “Amar al Señor sobre todas las cosas y al prójimo…”. Cuando un mandamiento, como el precepto supremo del amor, pide un seguimiento radical, entonces aparecen los condicionamientos, porque al igual que el joven rico, sus riquezas habían sofocado su espíritu y su humildad. Es decir, su generosidad le permitía acumular méritos, dar limosnas y realizar actos de piedad, pero no a donarse personalmente por entero a la construcción del Reino de Dios. Por eso, un corazón apegado a los bienes, instituciones e ideologías, personas, prestigio social, deja de ser libre cuando fundamenta su seguridad en esos bienes y no en aquella afirmación clásica y conocida: “solo Dios basta”.
“Jesús lo miró con amor y le dijo: ‘Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme’” (Mc 10, 21).