LECTURA Núm 11, 4-15
Lectura del libro de los Números. Los israelitas dijeron: «¡Si al menos tuviéramos carne para comer! ¡Cómo recordamos los pescados que comíamos gratis en Egipto, y los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos! ¡Ahora nuestras gargantas están resecas! ¡Estamos privados de todo, y nuestros ojos no ven nada más que el maná!». El maná se parecía a la semilla de cilantro y su color era semejante al del bedelio. El pueblo tenía que ir a buscarlo; una vez recogido, lo trituraban con piedras de moler o lo machacaban en un mortero, lo cocían en una olla, y lo preparaban en forma de galletas. Su sabor era como el de un pastel apetitoso. De noche, cuando el rocío caía sobre el campamento, también caía el maná. Moisés oyó llorar al pueblo, que se había agrupado por familias, cada uno a la entrada de su carpa. El Señor se llenó de una gran indignación, pero Moisés, vivamente contrariado, le dijo: «¿Por qué tratas tan duramente a tu servidor? ¿Por qué no has tenido compasión de mí, y me has cargado con el peso de todo este pueblo? ¿Acaso he sido yo el que concibió a todo este pueblo, o el que lo dio a luz, para que me digas: “Llévalo en tu regazo, como la nodriza lleva a un niño de pecho, hasta la tierra que juraste dar a sus padres”? ¿De dónde voy a sacar carne para dar de comer a todos los que están llorando a mi lado y me dicen: “Danos carne para comer”? Yo solo no puedo soportar el peso de todo este pueblo: mis fuerzas no dan para tanto. Si me vas a seguir tratando de ese modo, mátame de una vez. Así me veré libre de mis males». Palabra de Dios.
Comentario: El relato presenta a un grupo de personas que se queja del único sustento que posee: el maná. Así, el pueblo se muestra insatisfecho, rebelde y con nostalgia de su pasado. No obstante, el pueblo le reclama a Dios, es decir, puede liberarse pero prefiere lamentar lo que han dejado, en lugar de hacer algo por ser libre.
SALMO Sal 80, 12-17
R. ¡Escuchemos la voz del Señor!
Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no me quiso obedecer: por eso los entregué a su obstinación, para que se dejaran llevar por sus caprichos. R.
¡Ojalá mi pueblo me escuchara, e Israel siguiera mis caminos! Yo sometería a sus adversarios en un instante, y volvería mi mano contra sus opresores. R.
Los enemigos del Señor tendrían que adularlo, y ese sería su destino para siempre; Yo alimentaría a mi pueblo con lo mejor del trigo y lo saciaría con miel silvestre. R.
ALELUIA Jn 1, 49
Aleluia. Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel. Aleluia.
EVANGELIO Mt 14, 22-36
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo. Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman». Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua». «Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: «Verdaderamente, Tú eres el Hijo de Dios». Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron sanados. Palabra del Señor.
Comentario: Jesús se revela a los discípulos que lo reconocen como el Hijo de Dios, pero también como alguien que precisa de la oración. Si Pedro dudó al ir donde Jesús fue por su falta de fe y oración, que aún no maduraba. Es la paradoja de quien sigue a Jesús, es un caminar que no está exento de “dudas” e “incertidumbres”.