Leccionario Santoral: 1Cor 2, 1-10; Sal 95, 1-3. 7-8. 10; Lc 9, 57-62.
LECTURA Hab 1, 12—2, 4
Lectura de la profecía de Habacuc.
¿No eres Tú, Señor, desde los tiempos antiguos, mi Dios, mi Santo, que no muere jamás? Tú, Señor, pusiste a ese pueblo para hacer justicia, Tú, mi Roca, lo estableciste para castigar. Tus ojos son demasiado puros para mirar el mal y no puedes contemplar la opresión. ¿Por qué, entonces, contemplas a los traidores y callas cuando el impío devora a uno más justo que él? ¡Tú tratas a los hombres como a los peces del mar, como a reptiles, que no tienen jefe! ¡Él los pesca a todos con el anzuelo, los barre y los recoge con sus redes! Por eso se alegra y se regocija, y ofrece sacrificios e incienso a sus redes, porque gracias a ellas su porción es abundante y sus manjares, suculentos. ¿Vaciará sus redes sin cesar, masacrando a los pueblos sin compasión? Me pondré en mi puesto de guardia y me apostaré sobre el muro; vigilaré para ver qué me dice el Señor, y qué responde a mi reproche. El Señor me respondió y dijo: Escribe la visión, grábala sobre unas tablas para que se la pueda leer de corrido. Porque la visión aguarda el momento fijado, ansía llegar a término y no fallará; si parece que se demora, espérala, porque vendrá seguramente, y no tardará. El que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad. Palabra de Dios.
Comentario: El Profeta dirige su lamento y queja contra Dios ante tanta injusticia. Habacuc reclama una intervención divina para que pare tanto sufrimiento. ¿Por qué permite todo esto? A la inquietante pregunta, Dios responde señalando la suerte que le espera a los injustos y opresores.
SALMO Sal 9, 8-13
R. ¡No abandones a los que te buscan, Señor!
El Señor reina eternamente y establece su trono para el juicio: Él gobierna al mundo con justicia y juzga con rectitud a las naciones. R.
El Señor es un baluarte para el oprimido, un baluarte en los momentos de peligro. ¡Confíen en ti los que veneran tu Nombre, porque Tú no abandonas a los que te buscan! R.
Canten al Señor, que reina en Sión, proclamen entre los pueblos sus proezas. Porque Él pide cuenta de la sangre, se acuerda de los pobres y no olvida su clamor. R.
ALELUIA Cf. 2Tim 1, 10
Aleluia. Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte e hizo brillar la vida, mediante la Buena Noticia. Aleluia.
EVANGELIO Mt 17, 14-20
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Un hombre se acercó a Jesús y, cayendo de rodillas, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron sanar». Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí». Jesús increpó al demonio, y éste salió del niño, que desde aquel momento, quedó sano. Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». «Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: “Trasládate de aquí a allá”, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes». Palabra del Señor.
Comentario: El relato de Mateo es una exhortación a no poner en duda la fuerza salvadora de la Buena Noticia. Por eso la auténtica fe es aquella que deposita su confianza solo en Dios. Apoyarse sobre Dios da seguridad; es, como dice la Palabra: “casa construida sobre la roca”.