Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.
Hermanos: Cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido. Por eso dice la Escritura: “Cuando subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos y repartió dones a los hombres”. Pero si decimos que subió, significa que primero descendió a las regiones inferiores de la tierra. El que descendió es el mismo que subió más allá de los cielos, para colmar todo el universo. Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo. Así dejaremos de ser niños, sacudidos por las olas y arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a merced de la malicia de los hombres y de su astucia para enseñar el error. Por el contrario, viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo. Él es la Cabeza, y de Él, todo el Cuerpo recibe unidad y cohesión, gracias a los ligamentos que lo vivifican y a la acción armoniosa de todos los miembros. Así el Cuerpo crece y se edifica en el amor. Palabra de Dios.
¡Comentario: Cada uno recibió de Dios un “don” en beneficio de la comunidad. El don es una habilidad tomada tanto al nacer (congénito) como en vida (adquirido), que permite servir a nuestro prójimo. No siempre somos conscientes de tenerlo, pero al conocerlo podemos potenciarlo para amar más conscientemente al prójimo.
SALMO Sal 121, 1-5
R. ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor!
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor»! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. R.
Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa. Allí suben las tribus, las tribus del Señor. R.
Según es norma en Israel para celebrar el Nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David. R.
ALELUIA Ez 33, 11
Aleluia. «Yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta y viva», dice el Señor. Aleluia.
EVANGELIO Lc 13, 1-9
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él respondió: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera». Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Entonces córtala, ¿para qué malgastar la tierra?”. Pero él respondió: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás”». Palabra del Señor.
Comentario: ¿Creemos que aquellos que sufren un accidente catastrófico son más culpables que nosotros? Es la pregunta que Jesús nos haría para aclararnos que las desagracias no tienen relación matemática con nuestras faltas. Dios más bien está esperando que demos frutos adecuados para su Reino.
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“Cristo es la Cabeza, y de él, todo el Cuerpo recibe unidad y cohesión” (Ef 4,16)
En tu cuerpo, todos los miembros viven trabados, unidos en comunión, en sintonía de sentimientos, sufrimientos, en diálogo interno de acción y reacción.
Ningún miembro se aísla, se incomunica, se desolidariza. Todos están al servicio del bien común, edifican el crecimiento y la salud del cuerpo.
Así es la Iglesia. Todos forman el Cuerpo del Señor. Tú eres miembro de ese cuerpo. Tu misión es servir al bien común, lograr plenitud de forma del cuerpo del Señor.
¿Sirves o te sirves del cuerpo?
Entrega tu vida a servir y el bien de todos será tu felicidad.