Leccionario Santoral: Hech 1, 12-14; [Sal] Lc 1, 46-55; Lc 1, 26-38.
LECTURA Gál 2, 1-3. 6-14
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia.
Hermanos: Cuando subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo a Tito, lo hice en virtud de una revelación divina, y les expuse el Evangelio que predico entre los paganos, en particular a los dirigentes para asegurarme que no corría o no había corrido en vano. Pero ni siquiera Tito, que estaba conmigo y era de origen pagano, fue obligado a circuncidarse. En cuanto a los dirigentes –no me interesa lo que hayan sido antes, porque Dios no hace acepción de personas– no me impusieron nada más. Al contrario, aceptaron que me había sido confiado el anuncio del Evangelio a los paganos, así como fue confiado a Pedro el anuncio a judíos. Porque el que constituyó a Pedro Apóstol de los judíos, me hizo también a mí Apóstol de los paganos. Por eso, Santiago, Cefas y Juan –considerados como columnas de la Iglesia– reconociendo el don que me había sido dado, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros nos encargáramos de los paganos y ellos de los judíos. Solamente nos recomendaron que nos acordáramos de los pobres, lo que siempre he tratado de hacer. Pero cuando Cefas llegó a Antioquía, yo le hice frente porque su conducta era reprensible. En efecto, antes que llegaran algunos enviados de Santiago, él comía con los paganos, pero cuando éstos llegaron, se alejó de ellos y permanecía apartado, por temor a los partidarios de la circuncisión. Los demás judíos lo imitaron, y hasta el mismo Bernabé se dejó arrastrar por su simulación. Cuando yo vi que no procedían rectamente, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: «Si tú, que eres judío, vives como los paganos y no como los judíos, ¿por qué obligas a los paganos a que vivan como los judíos?». Palabra de Dios.
Comentario: Pablo da detalles de su encuentro con los apóstoles y, en especial, con Pedro: el signo de comunión realizado, las diferencias y los desencuentros. Todo no fue perfecto. ¿Qué aportamos de nosotros a la Iglesia? ¿Nos asustan los problemas y las diferencias? Señor, que sea tu Espíritu el que nos congregue.
SALMO Sal 116, 1-2
R. ¡Vayan por el mundo y anuncien el Evangelio!
¡Alaben al Señor, todas las naciones, glorifíquenlo, todos los pueblos! R.
Porque es inquebrantable su amor por nosotros, y su fidelidad permanece para siempre. R.
ALELUIA Rom 8, 15
Aleluia. Han recibido el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abbá!, ¡Padre! Aleluia.
EVANGELIO Lc 11, 1-4
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquéllos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación». Palabra del Señor.
Comentario: Jesús precede con el ejemplo lo que dicen sus palabras. Es así que uno de los suyos, viéndolo rezar, le suplica: “enséñanos”. De esta manera, aprendimos que para orar es necesario poner la confianza en el Padre, dar y recibir perdón de los semejantes y estar dispuesto a cumplir la voluntad divina.
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“Todos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración… en compañía de María, la madre de Jesús”.
María, Madre de Dios, es una mujer orante. En la oración experimentaba el encuentro creyente con el Padre, por medio del Hijo Jesús, animada por el Espíritu Santo. Al mismo tiempo ella descubrió con claridad la dimensión comunitaria y eclesial de la oración: rezaba en la Iglesia; rezaba con la Iglesia; rezaba por la Iglesia. María es para nosotros, sus hijos, modelo de oración. Sobre todo, ella nos invita a hacer de la nuestra, una oración profundamente comunitaria y eclesial.
María es modelo de oración para el creyente. Ella nos enseña en su propia experiencia, a vivir toda la vida unidos a Cristo, el Señor, compartiendo sus propios sentimientos, de modo que podamos llegar a decir también nosotros, como san Pablo: “No soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí…”