Leccionario santoral: Hech 1, 12-14; [Sal] Lc 1, 46-55; Lc 1, 26-38.
Lectura del libro de Baruc.
¡Ánimo, pueblo mío, memorial viviente de Israel! Ustedes fueron vendidos a las naciones, pero no para ser aniquilados; es por haber excitado la ira de Dios, que fueron entregados a sus enemigos. Ustedes irritaron a su Creador, ofreciendo sacrificios a los demonios y no a Dios; olvidaron al Dios, eterno, el que los sustenta, y entristecieron a Jerusalén, la que los crió. Porque ella, al ver que la ira del Señor se desencadenaba contra ustedes, exclamó: «Escuchen, ciudades vecinas de Sión: Dios me ha enviado un gran dolor. Yo he visto el cautiverio que el Eterno infligió a mis hijos y a mis hijas. Yo los había criado gozosamente y los dejé partir con lágrimas y dolor. Que nadie se alegre al verme viuda y abandonada por muchos. Estoy desolada por los pecados de mis hijos, porque se desviaron de la Ley de Dios». Ánimo, hijos, clamen a Dios, porque Aquél que los castigó se acordará de ustedes! Ya que el único pensamiento de ustedes ha sido apartarse de Dios, una vez convertidos, búsquenlo con un empeño diez veces mayor. Porque el que atrajo sobre ustedes estos males les traerá, junto con su salvación, la eterna alegría. Palabra de Dios.
Comentario: El Autor, en este segundo poema, alimenta la sed de esperanza del pueblo y lo anima para la pronta restauración. Jerusalén, como una viuda desamparada, alerta a sus vecinos para que no se alegren por su dolor, sino a que los ayude a vivir el duelo y a no olvidar el tiempo de bonanza, que Dios no los abandonará.
R. El Señor escucha a los pobres.
Que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor: porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos. R.
Que lo alaben el cielo, la tierra y el mar, y todos los seres que se mueven en ellos. R.
El Señor salvará a Sión y volverá a edificar las ciudades de Judá: el linaje de sus servidores la tendrá como herencia, y los que aman su nombre morarán en ella. R.
Aleluia. Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Al volver los setenta y dos de su misión, dijeron a Jesús llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo». En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar». Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!». Palabra del Señor.
Comentario: Decía Pablo VI, «la dulce y consoladora alegría de evangelizar» (cf. Ex. Ap. Evangelii nuntiandi, 80). En efecto, esta alegría comienza con una persecución, pero termina con alegría. Así, la Iglesia va adelante, entre las persecuciones del mundo y los consuelos del Señor. Si queremos ir por la senda de la mundanidad, negociando con el mundo, nunca tendremos el consuelo del Señor. Y si buscamos únicamente el consuelo, entonces será un consuelo solo humano, pero no del Señor. Por eso, la Iglesia está siempre entre la Cruz y la Resurrección, entre las persecuciones y los consuelos del Señor. No obstante, este es el camino y quien va por él, con confianza en Dios, no se equivoca.