Leccionario Santoral: Gál 2, 19-20; Sal 125, 1-6, Mt 28, 16-20.
Lectura del primer libro de los Reyes.
Salomón se puso ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo y dijo: «Señor, Dios de Israel, ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como Tú, que mantienes la Alianza y eres fiel con tus servidores, cuando caminan delante de ti de todo corazón. Pero ¿es posible que Dios habite realmente en la tierra? Si el cielo y lo más alto del cielo no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo he construido! No obstante, Señor, Dios mío, vuelve tu rostro hacia la oración y la súplica de tu servidor, y escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu servidor. Que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta Casa, sobre el lugar del que Tú dijiste: “Allí residirá mi Nombre”. ¡Escucha la oración que tu servidor dirige hacia este lugar! ¡Escucha la súplica y la oración que tu servidor y tu pueblo Israel dirijan hacia este lugar! ¡Escucha desde tu mo¬rada en el cielo, escucha y perdona!». Palabra de Dios.
Comentario: Si bien Jesús pudo realizar muchos «milagros», no quiere que en función de estos se construya una serie de actitudes triunfalistas, ya que son testimonios de la venida del Mesías, que han de ser contados discretamente por aquéllos que han sido testigos de ellos. Sin embargo, un creyente tiene derecho a pensar que ciertos acontecimientos son auténticos «prodigios», ya que cree en la fuerza «natural» de Dios, aunque no lo pueda demostrar racionalmente.
R. ¡Qué amable es tu Casa, Señor del universo!
Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente. R.
Hasta el gorrión encontró una casa, y la golondrina tiene un nido donde poner sus pichones, junto a tus altares, Señor del universo, mi Rey y mi Dios. R.
¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! Protege, Dios, a nuestro Escudo y mira el rostro de tu Ungido. R.
Vale más un día en tus atrios que mil en otra parte; yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios antes que vivir entre malvados. R.
Aleluia. Inclina mi corazón hacia tus prescripciones y dame la gracia de conocer tu ley. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce y de las camas. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?». Él les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos”. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres». Y les decía: «Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moi¬sés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre”, y además: “El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte”. En cambio, ustedes afirman: “Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán –es decir, ofrenda sagrada– todo aquello con lo que podría ayudarte…”. En ese caso, le permiten no hacer nada más por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como éstas, hacen muchas otras cosas!». Palabra del Señor.
Comentario: Las antiguas prescripciones en cuestión incluían no solamente los preceptos de Dios revelados a Moisés, sino también una serie de detalles que especificaban las indicaciones de la Ley de Moisés. De este modo, los interlocutores aplicaban tales normas de manera muy escrupulosa y eran expresión de la auténtica religiosidad. Sin embargo, Jesús predica la libertad interior del hombre a toda prescripción externa y no la prescripción más estrecha por otra más amplia.