Lectura del libro de Job.
Jb respondió al Señor, diciendo: «Yo sé que Tú lo puedes todo y que ningún proyecto es irrealizable para ti. Sí, yo hablaba sin entender, de maravillas que me sobrepasan y que ignoro. Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza». El Señor bendijo los últimos años de Jb mucho más que los primeros. Él llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Tuvo además siete hijos y tres hijas. A la primera la llamó “Paloma”, a la segunda “Canela”, y a la tercera “Sombra para los párpados”. En todo el país no había mujeres tan hermosas como las hijas de Jb. Y su padre les dio una parte de herencia entre sus hermanos. Después de esto, Jb vivió todavía ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Jb murió muy anciano y colmado de días. Palabra de Dios.
Comentario: El Autor por fin reconoce el poder, las intenciones de Dios y admite que van más allá de su capacidad de comprensión. En definitiva, reniega del mal concepto de Dios y de aceptar que sus sufrimientos no son el resultado de sus pecados sino del límite de la condición humana.
R. ¡Brille sobre mí la luz de tu rostro, Señor!
Enséñame la discreción y la sabiduría, porque confío en tus mandamientos. Me hizo bien sufrir la humillación, porque así aprendí tus preceptos. R.
Yo sé que tus juicios son justos, Señor, y que me has humillado con razón. Todo subsiste hasta hoy conforme a tus decretos, porque todas las cosas te están sometidas. R.
Yo soy tu servidor: instrúyeme, y así conoceré tus prescripciones. La explicación de tu palabra ilumina y da inteligencia al ignorante. R.
Aleluia. Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Al volver los setenta y dos de su misión, dijeron a Jesús llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo». En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar». Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!». Palabra del Señor.
Comentario: Al regresar de la primera experiencia misionera, la alegría de los Apóstoles no coincidía con la de Jesús. Ellos lo estaban por haber dominado los espíritus malignos… en cambio, el gozo de Jesús era porque el amor del Padre se manifiesta en los humildes, por medio de ellos. ¿Qué alegría buscamos y tenemos?