Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pedro.
Hermanos: ¡Qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor! Entonces se consumirán los cielos y los elementos quedarán fundidos por el fuego. Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia. Por eso, queridos hermanos, mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que Él los encuentre en paz, sin mancha ni reproche. Tengan en cuenta que la paciencia del Señor es para nuestra salvación. Hermanos míos, ustedes están prevenidos. Manténganse en guardia, no sea que, arrastrados por el extravío de los que hacen el mal, pierdan su firmeza. Crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A Él sea la gloria, ahora y en la eternidad! Palabra de Dios.
Comentario: El Autor propone el tema de la Venida del Señor y se vale de las figuras del ladrón y el fuego para detallar el retraso de la “parusía”. Insiste en que esta no debe llevar a la pasividad esperando el fin de los tiempos; al contrario, hay que vivir y trabajar para que el mundo camine por los senderos de paz, de honestidad y reconciliación.
R. ¡Tú eres nuestro refugio, Señor!
Antes que fueran engendradas las montañas, antes que nacieran la tierra y el mundo, desde siempre y para siempre, Tú eres Dios. R.
Tú haces que los hombres vuelvan al polvo, con sólo decirles: «Vuelvan, seres humanos». Porque mil años son ante tus ojos como el día de ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. R.
Nuestra vida dura apenas setenta años, y ochenta, si tenemos más vigor: en su mayor parte son fatiga y miseria, porque pasan pronto, y nosotros nos vamos. R.
Sácianos en seguida con tu amor, y cantaremos felices toda nuestra vida. Que tu obra se manifieste a tus servidores, y que tu esplendor esté sobre tus hijos. R.
Aleluia. El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestros corazones, para que podamos valorar la esperanza a la que hemos sido llamados. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Le enviaron a Jesús unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. Ellos fueron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarlo o no?». Pero Él, conociendo su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario». Cuando se lo mostraron, preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?». Respondieron: «Del César». Entonces Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios». Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta. Palabra del Señor.
Comentario: La pregunta a Jesús tiene un tamiz de hipocresía y de engaño mortal. Si Jesús responde que sí, queda mal con los judíos; de lo contrario, los romanos lo tildarán de anarquista. Jesús termina reconociendo la autoridad del César, pidiendo para este que se le pague el tributo, pero rechazando su divinidad. Hay que aprender del Señor, que no se dejó adular por nadie. Además, hay que estar atentos y ser prudentes, para decir y hacer las cosas respondiendo solo con la verdad, como lo hizo él.