Lectura de la primera carta del Apóstol san Pedro.
Queridos hermanos: Como niños recién nacidos, deseen la leche pura de la Palabra, que los hará crecer para la salvación, ya que han gustado qué bueno es el Señor. Al acercarse a él, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo. Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz: ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes, que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado. Queridos míos, yo los exhorto, como a gente de paso y extranjeros: no cedan a los deseos carnales que combaten contra el alma. Observen una buena conducta en medio de los paganos y así, los mismos que ahora los calumnian como a malhechores, al ver sus buenas obras, tendrán que glorificar a Dios el día de su Visita. Palabra de Dios.
Comentario: El discípulo llama a Jesucristo “piedra viva” rechazada por los constructores, pero escogida y amada por Dios. Esta imagen también pasa a los cristianos, que son “piedras vivas” con las que se construye el Reino de Dios. Este nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia debe conformar un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales a Dios por medio de Jesucristo. Es decir, con su vida misma, dar testimonio de fe y esperanza.
R. ¡Aclame al Señor toda la tierra!
Aclame al Señor toda la tierra, sirvan al Señor con alegría, lleguen hasta Él con cantos jubilosos. R.
Reconozcan que el Señor es Dios: Él nos hizo y a Él pertenecemos; somos su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
Entren por sus puertas dando gracias, entren en sus atrios con himnos de alabanza, alaben al Señor y bendigan su Nombre. R.
¡Qué bueno es el Señor! Su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por todas las generaciones. R.
Aleluia. «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue tendrá la luz de la Vida», dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un mendigo ciego– estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Ánimo, levántate! Él te llama». Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. Palabra del Señor.
Comentario: Jesús sana a un ciego que estaba al borde del camino, que pide misericordia, aunque todos querían silenciarlo. El ciego al dejar su manto deja atrás su vida para seguir a Jesús. Y es que, por la fe de Bartimeo, Jesús no solo lo sana, sino que lo incorpora al grupo de discípulos, a los seguidores y peregrinos, que van con él por el camino rumbo a Jerusalén.