Día Mundial de la Salud. Feriado religioso.
Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, en la oración y el ayuno, meditando su pasión y su muerte, así como su descenso al lugar de los muertos en la espera de su resurrección.
La Iglesia se priva de la celebración del sacrificio de la Misa y mantiene despojado el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o espera de la resurrección durante la noche, comience la alegría pascual, cuya plenitud se extenderá a lo largo de cincuenta días.
En este día, la comunión sólo se administra a modo de viático.
Gloria. Prefacio pascual I.
La Misa de la Vigilia pascual, aunque se celebre antes de la medianoche, es ya la Misa de Pascua del Domingo de Resurrección.
Según antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor (Éx 12, 42). Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12, 35-37), deben asemejarse a quienes, con las lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue, los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa.
La Vigilia de esta noche, que es la mayor y la más noble entre todas las solemnidades, debe ser celebrada una sola vez en cada iglesia. Se desarrolla de la siguiente manera: después del lucernario, o liturgia de la luz, y del pregón pascual (que es la primera parte de la Vigilia), la santa Iglesia, confiando en las palabras del Señor, medita y contempla las maravillas que Dios, desde siempre, realizó por su pueblo (segunda parte de la Vigilia o liturgia de la Palabra) hasta que, al acercarse el día de la resurrección y acompañada ya de sus nuevos hijos renacidos en el bautismo (tercera parte de la Vigilia o liturgia bautismal), es invitada a la mesa que el Señor ha preparado para su pueblo como memorial de su muerte y resurrección hasta que él vuelva (cuarta parte de la Vigilia o liturgia eucarística).
Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche de manera que no ha de empezar antes que oscurezca, y debe concluir antes del amanecer del día domingo.
Los fieles que participan en esta Misa de la Vigilia pueden comulgar nuevamente en otra Misa del día de Pascua. El que celebra o concelebra la Misa de la noche pascual puede celebrar o concelebrar de nuevo en el día de Pascua. La Vigilia pascual reemplaza al Oficio de lecturas.
Se apagan las luces del tempo. En un lugar adecuado, fuera de la iglesia, se enciende un fuego. Una vez que se ha congregado el pueblo en el lugar, se acerca el sacerdote con los ministros, uno de los cuales lleva el cirio pascual. Si hubiere dificultades para encender el fuego en el exterior, adáptese el rito de la bendición del fuego según las posibilidades.
El sacerdote dice: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, mientras él y los fieles hacen la señal de la Cruz; el sacerdote dice el saludo acostumbrado y recuerda brevemente el sentido de la vigilia nocturna, con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos: En esta noche santa, en la que nuestro Señor Jesucristo pasó de la muerte a la Vida, la Iglesia invita a sus hijos diseminados por toda la tierra a que se reúnan y permanezcan en vela para orar. Si hacemos memoria de la Pascua del Señor, escuchando su Palabra y celebrando sus misterios, esperemos con fe compartir su triunfo sobre la muerte y vivir siempre con él en Dios.
A continuación el sacerdote bendice el fuego y dice, con las manos extendidas:
Dios nuestro, que por medio de tu Hijo has dado a tus fieles el fuego de tu luz, santifica † este fuego nuevo y concédenos que, por esta celebración pascual, seamos de tal manera inflamados con los deseos celestiales, que podamos llegar con un corazón puro a la fiesta de la luz eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
Concluida la bendición del fuego nuevo, un ministro acerca el cirio pascual al sacerdote que, con un estilete, marca una cruz sobre el mismo. En el extremo superior de la cruz marca la letra griega Alfa, y en el inferior, la letra Omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz, los números del año en curso. Mientras tanto se dice:
1. Cristo ayer y hoy, (Marca la línea vertical de la cruz)
2. Principio y Fin, (Marca la línea vertical de la cruz)
3. Alfa (Marca la letra Alfa en la parte superior de la cruz)
4. y Omega. (Marca la letra Omega en la parte inferior de la cruz)
5. A Él pertenecen el tiempo (Marca en el ángulo superior izquierdo la primera cifra del año actual)
6. y la eternidad, (Marca en el ángulo superior derecho la segunda cifra del año actual)
7. A Él la gloria y el poder, (Marca en el ángulo inferior izquierdo la tercera cifra)
8. por los siglos de los siglos. Amén. (Marca en el ángulo inferior derecho la última cifra del año actual). Acabada la inscripción de la cruz y de los otros signos, el sacerdote puede fijar en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz, mientras dice:
1. Por sus llagas
2. santas y gloriosas
3. nos proteja
4. y nos conserve
5. Cristo el Señor. Amén.
Después del saludo y la monición, se bendice el fuego y se hace la preparación del cirio. El sacerdote enciende el cirio pascual con la llama del fuego nuevo, mientras dice: Que la luz de Cristo gloriosamente resucitado disipe las tinieblas de la inteligencia y del corazón.
Después de encender el cirio, un ministro toma carbones encendidos del fuego nuevo y los coloca en el incensario. El sacerdote impone incienso. A continuación, el diácono u otro ministro idóneo recibe el cirio pascual y se ordena la procesión. El turiferario, con el turíbulo humeante, precede al diácono o al otro ministro que lleva el cirio pascual; siguen el sacerdote con los ministros y el pueblo, llevando en sus manos cirios apagados.
Ante la puerta de la iglesia, el diácono de pie, eleva el cirio y canta: La luz de Cristo.
Y todos responden: Demos gracias a Dios.
El sacerdote enciende, con el fuego del cirio pascual, la vela que tiene en sus manos. Luego, en el medio del templo el diácono se detiene y, elevando nuevamente el cirio, canta por segunda vez: La luz de Cristo.
Y todos responden: Demos gracias a Dios.
Inmediatamente, todos encienden sus cirios con la llama que se transmite desde el cirio pascual; mientras tanto la procesión avanza hacia el presbiterio.
Cuando llega delante del altar, el diácono se detiene y mirando hacia el pueblo, eleva el cirio y canta por tercera vez: La luz de Cristo.
Y todos responden: Demos gracias a Dios.
El diácono coloca el cirio pascual en su candelabro situado junto al ambón o en medio del presbiterio.
Y se encienden luces en el templo, excepto las velas del altar.
En forma breve Alégrese en el cielo el coro de los ángeles, exulten los ministros de Dios, y por la victoria de un Rey tan grande, resuene la trompeta de la salvación. Alégrese también la tierra inundada de tanta luz, y brillando con el resplandor del Rey eterno, se vea libre de las tinieblas que cubrían al mundo entero. Alégrese también nuestra madre la Iglesia, adornada con los fulgores de una luz tan brillante; y resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.
S. El Señor esté con ustedes.
A. Y con tu espíritu.
S. Levantemos el corazón.
A. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
S. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
A. Es justo y necesario.
Realmente es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto de la mente y del corazón al Dios invisible, Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Él pagó por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán, y borró con su sangre la sentencia del primer pecado. Estas son las fiestas pascuales, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles. Esta es la noche en que sacaste de Egipto a nuestros padres, los hijos de Israel, y los hiciste pasar a pie por el mar Rojo. Esta es la noche que disipó las tinieblas de los pecados con el resplandor de una columna de fuego. Esta es la noche en que por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo, arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos. Esta es la noche en la que Cristo rompió las ataduras de la muerte y surgió victorioso de los abismos. ¡Qué admirable es tu bondad con nosotros! ¡Qué inestimable la predilección de tu amor: para rescatar al esclavo, entregaste a tu propio Hijo! ¡Pecado de Adán ciertamente necesario, que fue borrado con la sangre de Cristo! ¡Oh feliz culpa, que nos mereció tan noble y tan grande Redentor! Por eso, la santidad de esta noche aleja toda maldad, lava las culpas, devuelve la inocencia a los pecadores y la alegría a los afligidos. ¡Noche verdaderamente dichosa, en la que el cielo se une con la tierra y lo divino con lo humano! En esta noche de gracia, recibe, Padre santo, el sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te presenta por medio de sus ministros, en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas. Por eso, te rogamos, Señor, que este cirio consagrado en honor de tu Nombre, continúe ardiendo para disipar la oscuridad de esta noche y, aceptado por ti como perfume agradable, se asocie a los astros del cielo. Que lo encuentre encendido el lucero de la mañana, aquel lucero que no tiene ocaso: Jesucristo, tu Hijo, que resucitado de entre los muertos brilla sereno para el género humano, y vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
En esta Vigilia, «Madre de todas las vigilias », se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento (Epístola y Evangelio). Si graves circunstancias pastorales lo exigen, puede reducirse el número de lecturas del Antiguo Testamento. Con todo, deben leerse por lo menos tres lecturas del Antiguo Testamento, que provengan de la Ley y los Profetas y se canten los respectivos salmos responsoriales. Nunca debe omitirse la lectura tomada del capítulo 14 del Éxodo con su respectivo cántico.
Se apagan los cirios y todos se sientan. Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote se dirige al pueblo con estas palabras u otras semejantes:
Hermanos: Después de haber iniciado con solemnidad esta Vigilia, escuchemos serenamente la Palabra de Dios; meditemos cómo, al cumplirse el tiempo, Dios salvó a su pueblo y finalmente envió a su Hijo para redimirnos. Oremos para que Dios lleve a su plenitud la redención obrada por el misterio pascual.
Luego siguen las lecturas.
Lectura del libro del Génesis.
Al principio, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo: “Que exista la luz”. Y la luz existió. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas; y llamó Día a la luz y Noche a las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el primer día. Dios dijo: “Que haya un firmamento en medio de las aguas, para que establezca una separación entre ellas”. Y así sucedió. Dios hizo el firmamento, y éste separó las aguas que están debajo de él, de las que están encima de él; y Dios llamó Cielo al firmamento. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el segundo día. Dios dijo: “Que se reúnan en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y que aparezca el suelo firme”. Y así sucedió. Dios llamó Tierra al suelo firme y Mar al conjunto de las aguas. Y Dios vio que esto era bueno. Entonces dijo: “Que la tierra produzca vegetales, hierbas que den semilla, y árboles frutales que den sobre la tierra frutos de su misma especie con su semilla adentro”. Y así sucedió. La tierra hizo brotar vegetales, hierba que da semilla según su especie y árboles que dan fruto de su misma especie con su semilla adentro. Y Dios vio que esto era bueno. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el tercer día. Dios dijo: “Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años, y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra”. Y así sucedió. Dios hizo los dos grandes astros –el astro mayor para presidir el día y el menor para presidir la noche– y también hizo las estrellas. Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para presidir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que esto era bueno. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el cuarto día. Dios dijo: “Que las aguas se llenen de una multitud de seres vivientes y que vuelen pájaros sobre la tierra, por el firmamento del cielo”. Dios creó los grandes monstruos marinos, las diversas clases de seres vivientes que llenan las aguas deslizándose en ellas y todas las especies de animales con alas. Y Dios vio que esto era bueno. Entonces los bendijo, diciendo: “Sean fecundos y multiplíquense; llenen las aguas de los mares y que las aves se multipliquen sobre la tierra”. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el quinto día. Dios dijo: “Que la tierra produzca toda clase de seres vivientes: ganado, reptiles y animales salvajes de toda especie”. Y así sucedió. Dios hizo las diversas clases de animales del campo, las diversas clases de ganado y todos los reptiles de la tierra, cualquiera sea su especie. Y Dios vio que esto era bueno. Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra”. Y continuó diciendo: “Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde”. Y así sucedió. Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el sexto día. Así fueron terminados el cielo y la tierra, y todos los seres que hay en ellos. El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido. Palabra de Dios.
R. Señor, envía tu Espíritu y renueva toda la tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. R.
Afirmaste la tierra sobre sus cimientos: ¡no se moverá jamás! El océano la cubría como un manto, las aguas tapaban las montañas. R.
Haces brotar fuentes en los valles, y corren sus aguas por las quebradas. Las aves del cielo habitan junto a ellas y hacen oír su canto entre las ramas. R.
Desde lo alto riegas las montañas, y la tierra se sacia con el fruto de tus obras. Haces brotar la hierba para el ganado y las plantas que el hombre cultiva. R.
¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! ¡Bendice al Señor, alma mía! R.
Dios todopoderoso y eterno, tú eres admirable en todas tus obras; te pedimos que quienes hemos sido redimidos por ti, comprendamos que la creación del mundo, en el comienzo de los siglos, no es obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo, realizado en la plenitud de los tiempos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Lectura del libro del Génesis.
Dios puso a prueba a Abraham. “¡Abraham!”, le dijo. Él respondió: “Aquí estoy”. Entonces Dios le siguió diciendo: “Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré”. A la madrugada del día siguiente, Abraham ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus servidores y a su hijo Isaac, y después de cortar la leña para el holocausto, se dirigió hacia el lugar que Dios le había indicado. Al tercer día, alzando los ojos, divisó el lugar desde lejos, y dijo a sus servidores: “Quédense aquí con el asno, mientras yo y el muchacho seguimos adelante. Daremos culto a Dios, y después volveremos a reunirnos con ustedes”. Abraham recogió la leña para el holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac; él, por su parte, tomó en sus manos el fuego y el cuchillo, y siguieron caminando los dos juntos. Isaac rompió el silencio y dijo a su padre Abraham: “¡Padre!”. Él respondió: “Sí, hijo mío”. “Tenemos el fuego y la leña –continuó Isaac– pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?”. “Dios proveerá el cordero para el holocausto”, respondió Abraham. Y siguieron caminando los dos juntos. Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: “¡Abraham, Abraham!”. “Aquí estoy”, respondió él. Y el Ángel le dijo: “No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único”. Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Abraham llamó a ese lugar: “El Señor proveerá”, y de allí se origina el siguiente dicho: “En la montaña del Señor, se proveerá”. Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: “Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz”. Palabra de Dios.
R. Protégeme, Dios mío, porque en ti me refugio.
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado, nunca vacilaré. R.
Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.
Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha. R.
Dios y Padre de los creyentes, que multiplicas a los hijos de tu promesa derramando la alegría de llegar a ser hijos de Dios, y por el misterio pascual cumples la promesa hecha a Abrahán de hacerlo padre de todas las naciones; concede a los pueblos de la tierra responder dignamente a la gracia de tu llamado. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Lectura del libro del Éxodo.
El Señor dijo a Moisés: “Ordena a los israelitas que reanuden la marcha. Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie. Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros. Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros”. El Ángel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de adelante hacia atrás, interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros. Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron, y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar. Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos. Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: “Huyamos de Israel, porque el Señor combate a favor de ellos contra Egipto”. El Señor dijo a Moisés: “Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros”. Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar. Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó. Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar, y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor. Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor. Palabra de Dios.
R. Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria.
Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: Él hundió en el mar los caballos y los carros. El Señor es mi fuerza y mi protección, él me salvó. Él es mi Dios y yo lo glorifico, es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza. R.
El Señor es un guerrero, su nombre es “Señor”. Él arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo. R.
El abismo los cubrió, cayeron como una piedra en lo profundo del mar. Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al enemigo. R.
Tú llevas a tu pueblo, y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que preparaste para tu morada, en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos. ¡EI Señor reina eternamente! R.
Dios nuestro, cuyas maravillas vemos brillar también en nuestros días, porque lo que hiciste a favor de tu pueblo elegido librándolo de la persecución del Faraón, lo realizas por medio del agua del bautismo para la salvación de las naciones; te pedimos que todos los hombres del mundo se conviertan en verdaderos hijos de Abraham y se muestren dignos de la promesa de Israel. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Lectura del libro de Isaías.
Tu esposo es Aquél que te hizo: su nombre es Señor de los ejércitos; tu redentor es el Santo de Israel: Él se llama “Dios de toda la tierra”. Sí, como a una esposa abandonada y afligida te ha llamado el Señor: “¿Acaso se puede despreciar a la esposa de la juventud?”, dice el Señor. Por un breve instante te dejé abandonada, pero con gran ternura te uniré conmigo; en un arrebato de indignación, te oculté mi rostro por un instante, pero me compadecí de ti con amor eterno, dice tu redentor, el Señor. Me sucederá como en los días de Noé, cuando juré que las aguas de Noé no inundarían de nuevo la tierra: así he jurado no irritarme más contra ti ni amenazarte nunca más. Aunque se aparten las montañas y vacilen las colinas, mi amor no se apartará de ti, mi alianza de paz no vacilará, dice el Señor, que se compadeció de ti. ¡Oprimida, atormentada, sin consuelo! ¡Mira! Por piedras, te pondré turquesas y por cimientos, zafiros; haré tus almenas de rubíes, tus puertas de cristal y todo tu contorno de piedras preciosas. Todos tus hijos serán discípulos del Señor, y será grande la paz de tus hijos. Estarás afianzada en la justicia, lejos de la opresión, porque nada temerás, lejos del temor, porque no te alcanzará. Palabra de Dios.
R. Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste.
Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.
Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R.
Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor. Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.
Dios todopoderoso y eterno, para que tu nombre sea glorificado multiplica la solemne promesa que hiciste a nuestros padres en la fe y aumenta con tu adopción los hijos de la promesa, para que tu Iglesia reconozca, desde ahora, el cumplimiento de cuanto creyeron y esperaron los patriarcas. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Lectura del libro de Isaías.
Así habla el Señor: ¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su ración de trigo, y sin pagar, tomen vino y leche. ¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia? Háganme caso y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares. Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David. Yo lo he puesto como testigo para los pueblos, jefe y soberano de naciones. Tú llamarás a una nación que no conocías, y una nación que no te conocía correrá hacia ti, a causa del Señor, tu Dios, y por el Santo de Israel, que te glorifica. ¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar. Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes. Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé. Palabra de Dios.
R. Sacarán aguas con alegría de las fuentes de la salvación.
Éste es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. R.
Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R.
Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R.
Dios todopoderoso y eterno, esperanza única del mundo, por la voz de tus profetas diste a conocer los misterios salvadores que sucederían en el tiempo; acrecienta los santos propósitos de tu pueblo, porque tus fieles no podrán alcanzar la santidad sin la ayuda de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Lectura del libro de Baruc.
Escucha, Israel, los mandamientos de vida; presta atención para aprender a discernir. ¿Por qué, Israel, estás en un país de enemigos y has envejecido en una tierra extranjera? ¿Por qué te has contaminado con los muertos, contándote entre los que bajan al Abismo? ¡Tú has abandonado la fuente de la sabiduría! Si hubieras seguido el camino de Dios, vivirías en paz para siempre. Aprende dónde está el discernimiento, dónde está la fuerza y dónde la inteligencia, para conocer al mismo tiempo dónde está la longevidad y la vida, dónde la luz de los ojos y la paz. ¿Quién ha encontrado el lugar de la Sabiduría, quién ha penetrado en sus tesoros? El que todo lo sabe, la conoce, la penetró con su inteligencia; el que formó la tierra para siempre, y la llenó de animales cuadrúpedos; el que envía la luz, y ella sale, la llama, y ella obedece temblando. Las estrellas brillan alegres en sus puestos de guardia: Él las llama, y ellas responden: “Aquí estamos”, y brillan alegremente para aquel que las creó. ¡Éste es nuestro Dios, ningún otro cuenta al lado de él! Él penetró todos los caminos de la ciencia y se la dio a Jacob, su servidor, y a Israel, su predilecto. Después de esto apareció sobre la tierra, y vivió entre los hombres. La Sabiduría es el libro de los preceptos de Dios y la Ley que subsiste eternamente: los que la retienen, alcanzarán la vida, pero los que la abandonan, morirán. Vuélvete, Jacob, y tómala, camina hacia el resplandor, atraído por su luz. No cedas a otro tu gloria, ni tus privilegios a un pueblo extranjero. Felices de nosotros, Israel, porque se nos dio a conocer lo que agrada a Dios. Palabra de Dios.
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. R.
Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos. R.
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. R. Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. R.
Dios nuestro, que haces crecer a tu Iglesia convocando a todos los pueblos; protege siempre a cuantos purificas en el agua del bautismo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Lectura de la profecía de Ezequiel.
La palabra del Señor me llegó en estos términos: “Hijo de hombre, cuando el pueblo de Israel habitaba en su propio suelo, lo contaminó con su conducta y sus acciones. Entonces derramé mi furor sobre ellos, por la sangre que habían derramado sobre el país y por los ídolos con que lo habían contaminado. Los dispersé entre las naciones y ellos se diseminaron por los países. Los juzgué según su conducta y sus acciones. Y al llegar a las naciones adonde habían ido, profanaron mi santo nombre, haciendo que se dijera de ellos: ‘Son el pueblo del Señor, pero han tenido que salir de su país’. Entonces yo tuve compasión de mi santo nombre, que el pueblo de Israel profanaba entre las naciones adonde había ido. Por eso, di al pueblo de Israel: ‘Así habla el Señor: Yo no obro por consideración a ustedes, casa de Israel, sino por el honor de mi santo nombre, que ustedes han profanado entre las naciones adonde han ido. Yo santificaré mi gran nombre, profanado entre las naciones, profanado por ustedes. Y las naciones sabrán que yo soy el Señor –oráculo del Señor– cuando manifieste mi santidad a la vista de ellas, por medio de ustedes. Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios’”. Palabra de Dios.
R. Mi alma tiene sed de Dios.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? R.
¡Cómo iba en medio de la multitud y la guiaba hacia la Casa de Dios, entre cantos de alegría y alabanza, en el júbilo de la fiesta! R.
Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas. R.
Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío. R.
Dios de poder inmutable, cuyo resplandor no conoce el ocaso, mira con bondad a tu Iglesia, signo de tu presencia entre nosotros; prosigue serenamente la obra de la salvación humana según tu proyecto eterno, y haz que todos los hombres experimenten y vean cómo lo abatido por el pecado se restablece, lo viejo se renueva, y la creación se restaura plenamente por Cristo, de quien todo procede. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Después de la última lectura del Antiguo Testamento con su salmo responsorial y la correspondiente oración, se encienden los cirios del altar y el sacerdote entona el himno Gloria a Dios en el cielo, al cual se une la asamblea; mientras tanto, de acuerdo con las costumbres del lugar, se tocan las campanas.
Después del Gloria, el sacerdote reza la oración colecta, del modo acostumbrado.
Dios nuestro, que iluminas esta santísima noche con la gloria de la resurrección del Señor; acrecienta en tu Iglesia el espíritu de adopción de hijos para que, renovados en el cuerpo y en el alma, te sirvamos con plena fidelidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Luego, todos se sientan y un lector proclama la lectura del apóstol san Pablo.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Palabra de Dios.
Acabada la lectura de la Epístola, todos se levantan y el sacerdote entona solemnemente por tres veces el Aleluia, elevando gradualmente la voz, y todos responden. Después, el salmista o el cantor entona el Salmo 117 y el pueblo responde: Aleluia.
R. Aleluia, Aleluia, Aleluia.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! R.
La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.
La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.
El sacerdote impone el incienso y bendice al diácono, como de costumbre. Para proclamar el Evangelio no se llevan cirios, sino sólo el incienso, si se usa.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”. Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él les dijo: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho”. Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo. Palabra del Señor.
Después del Evangelio tiene lugar la homilía que, aunque breve, no debe omitirse.