(Leccionario Santoral: 1Jn 4, 7-16; Sal 33, 2-11; Jn 11, 19-27 (o bien: Lc 10, 38-42).
Lectura del libro del Éxodo.
Moisés fue a comunicar al pueblo todas las palabras y prescripciones del Señor, y el pueblo respondió a una sola voz: «Estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el Señor». Moisés consignó por escrito las palabras del Señor, y a la mañana siguiente, bien temprano, levantó un altar al pie de la montaña y erigió doce piedras en representación de las doce tribus de Israel. Después designó a un grupo de jóvenes israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos e inmolaron terneros al Señor, en sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar. Luego tomó el documento de la Alianza y lo leyó delante del pueblo, el cual exclamó: «Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho». Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la Alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas». Palabra de Dios.
Comentario: El relato subraya el compromiso del pueblo para con su Dios: «haremos todo lo que nos manda el Señor…». Dicho compromiso se sella simbólicamente con el rito de la aspersión, con la sangre de los animales sacrificados. Sin embargo, este rito tiene una particularidad que lo hace distinto a los otros y es que, en este pacto, Dios es el contrayente principal. Por tanto, le da un carácter de exclusividad y es garantía de fidelidad, puesto que él es el Dios del pueblo escogido.
R. ¡Ofrece al Señor un sacrificio de alabanza!
El Dios de los dioses, el Señor, habla para convocar a la tierra desde la salida del sol hasta el ocaso. El Señor resplandece desde Sión, que es el dechado de toda hermosura. R.
«Reúnanme a mis amigos, a los que sellaron mi Alianza con un sacrificio». ¡Que el cielo proclame su justicia, porque el Señor es el único Juez! R.
Ofrece al Señor un sacrificio de alabanza y cumple tus votos al Altísimo; invócame en los momentos de peligro: Yo te libraré, y tú me glorificarás. R.
Aleluia. Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús propuso a la gente esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?». Él les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo». Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?». «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero». Palabra del Señor.
Comentario: El trigo y la cizaña que crecen juntos son la mejor expresión de que el proyecto de Dios sobre el «nuevo hombre» y la «nueva sociedad» ha de realizarse bajo la realidad de que el mal irá al mismo compás que la «historia de la salvación». Separar la humanidad entre los malos que hay que condenar y los buenos que merecen salvación no es lo acertado. Es cierto que nuestro corazón es capaz de cosas hermosas, pero también de los pensamientos y acciones que nos dan vergüenza. Por eso él deja crecer al trigo y la cizaña juntos hasta la siega, porque espera para apiadarse y aguarda para compadecerse.