Lectura de la carta de Santiago.
Hermanos: Si alguien está afligido, que ore. Si está alegre, que cante salmos. Si está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el Nombre del Señor. La oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará, y si tuviera pecados, le serán perdonados. Confiesen mutuamente sus pecados y oren los unos por los otros, para ser sanados. La oración perseverante del justo es poderosa. Elías era un hombre como nosotros, y sin embargo, cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Después volvió a orar; entonces el cielo dio la lluvia, y la tierra produjo frutos. Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, el que hace volver a un pecador de su mal camino sepa que salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados. Palabra de Dios.
Comentario: La carta hace hincapié en la importancia de la oración tanto personal como comunitaria. Sobre todo, rogar por los enfermos. En la mentalidad judía, la enfermedad era considerada como una consecuencia del pecado. Además, la única forma de contrarrestarla era con oración. Esta es fortaleza en el sufrimiento, es canto de alabanza y es capaz de sanar al enfermo como también perdonar sus pecados.
R. ¡Que mi oración suba hasta ti, Señor!
Yo te invoco, Señor, ven pronto en mi ayuda: escucha mi voz cuando te llamo; que mi oración suba hasta ti como el incienso, y mis manos en alto, como la ofrenda de la tarde. R.
Coloca, Señor, un guardián en mi boca y un centinela a la puerta de mis labios. Pero mis ojos, Señor, están fijos en ti: en ti confío, no me dejes indefenso. R.
Aleluia. Bendito eres, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo según san Marcos.
Le trajeron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en él». Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos. Palabra del Señor.
Comentario: Según las costumbres e interpretaciones de la Ley, los niños, en los tiempos de Jesús, no podían hablar en público. Eran considerados impuros, ya que no cumplían, debido a su edad, con todas las prescripciones de la Ley. Es decir, no eran productivos, no aportaban nada al crecimiento de la sociedad, no tenían poder. Y a los discípulos que discutían para ver quién era el mayor, Jesús les enseña que, en el Reino de Dios, solo se participa como niño, despojado de todo poder y con la sencillez de quien no es superior a nadie.