Prefacio de la santísima Virgen María.
Leccionario Santoral: Is 61, 9-11; [Sal] 1Sam 2, 1. 4-8; Lc 2, 41-51.
LECTURA Lam 2, 2. 10-14. 18-19
Lectura del libro de las Lamentaciones.
El Señor devoró sin piedad todas las moradas de Jacob; derribó en su indignación las fortalezas de la hija de Judá; echó por tierra y profanó el reino y sus príncipes. Están sentados en el suelo, silenciosos, los ancianos de la hija de Sión; se han cubierto la cabeza de polvo, se han vestido con un sayal. Dejan caer su cabeza hasta el suelo las vírgenes de Jerusalén. Mis ojos se deshacen en llanto, me hierven las entrañas; mi bilis se derrama en la tierra por el desastre de la hija de mi pueblo, mientras desfallecen sus niños y pequeños en las plazas de la ciudad. Ellos preguntan a sus madres: «¿Dónde hay pan y vino?», mientras caen desfallecidos como heridos de muerte en las plazas de la ciudad, exhalando su espíritu en el regazo de sus madres. ¿A quién podré compararte? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿A quién te igualaré, para poder consolarte, virgen hija de Sión? Porque tu desastre es inmenso como el mar: ¿quién te sanará? Tus profetas te transmitieron visiones falsas e ilusorias. No revelaron tu culpa a fin de cambiar tu suerte, sino que te hicieron vaticinios falsos y engañosos. ¡Invoca al Señor de corazón, gime, hija de Sión! ¡Deja correr tus lágrimas a raudales, de día y de noche: no te concedas descanso, que no repose la pupila de tus ojos! ¡Levántate, y grita durante la noche, cuando comienza la ronda! ¡Derrama tu corazón como agua ante el rostro del Señor! ¡Eleva tus manos hacia Él, por la vida de tus niños pequeños, que desfallecen de hambre en todas las esquinas! Palabra de Dios.
Comentario: Del relato se desprende que la ruina de Jerusalén y la suerte de sus habitantes no son algo fortuito o de una fracasada política humana, sino la culminación religiosa de una serie de desencuentros entre el hombre y Dios. Este desencuentro se plasma en el destierro del pueblo escogido. Esta situación llevará a que el pueblo escogido pase por esta experiencia de abandono para comprender la malicia afectiva y efectiva de su ruptura con Dios.
SALMO Sal 73, 1-7. 20-21
R. ¡No te olvides de tus pobres, Señor!
¿Por qué, Señor, nos rechazaste para siempre y arde tu indignación contra las ovejas de tu rebaño? Acuérdate del pueblo que adquiriste en otro tiempo, de la tribu que rescataste para convertirla en tu herencia. R.
Vuelve tus pasos hacia esta ruina completa: todo lo destruyó el enemigo en el Santuario. Rugieron tus adversarios en el lugar de tu asamblea, pusieron como señales sus propios estandartes. R.
Alzaron sus hachas como en la espesura de la selva; destrozaron de un golpe todos los adornos, los deshicieron con martillos y machetes; prendieron fuego a tu Santuario, profanaron, hasta arrasarla, la Morada de tu Nombre. R.
Ten presente tu Alianza, porque todos los rincones del país están repletos de violencia. Que el débil no retroceda lleno de confusión, que el pobre y el oprimido alaben tu Nombre. R.
ALELUIA Mt 8, 17
Aleluia. Cristo tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades. Aleluia.
EVANGELIO Mt 8, 5-17
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Al entrar en Cafarnaúm, se acercó a Jesús un centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a sanarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: “Ve”, él va, y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “Tienes que hacer esto”, él lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos; en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes». Y Jesús dijo al centurión: «Ve, y que suceda como has creído». Y el sirviente se sanó en ese mismo momento. Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo. Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y Él, con su palabra, expulsó a los espíritus y sanó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: “Él tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades”. Palabra del Señor.
Comentario: El centurión se acerca a Jesús, con humildad, para interceder por otro y después manifiesta su conciencia de pequeñez; es decir, ¿quién es él para merecer algo? En este sentido, la fe y la humildad van de la mano. Así lo han manifestado los santos, que cuando uno más se acerca a la luz, más se acerca a Dios. Además, este oficial no pide para él, tiene en cuenta el sufrimiento de su criado e intercede por él. En efecto, la oración de intercesión consiste en pedir un favor a otro. Como la oración de Jesús, que intercede ante el Padre por todos los hombres.