Semana Santa. Prefacio propio. Jornada Mundial de la Juventud.
La entrada solemne, pero no la procesión, puede repetirse antes de aquellas misas que se celebran con gran asistencia de fieles. Conmemoración de la entrada del señor en Jerusalén
A la hora adecuada, el pueblo se reúne en una iglesia menor o en otro lugar apto, pero fuera del templo hacia el cual se ha de dirigir la procesión. Los fieles tienen los ramos en sus manos. El sacerdote y los ministros, revestidos con los ornamentos rojos requeridos para la misa, se dirigen al lugar donde el pueblo se encuentra congregado. El sacerdote, en lugar de la casulla, puede usar la capa pluvial, que dejará una vez concluida la procesión. Mientras tanto, se canta la siguiente antífona u otro cántico adecuado.
¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en las alturas!
El sacerdote y los fieles hacen la señal de la cruz, mientras el sacerdote dice:
En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Después saluda al pueblo de la manera acostumbrada. Seguidamente, el sacerdote hace una breve monición en la que invita a los fieles a participar activa y conscientemente en la celebración de este día. Puede hacerlo con estas palabras u otras semejantes.
Queridos hermanos: Después de haber preparado nuestros corazones desde el comienzo de la Cuaresma por medio de la penitencia, la oración y las obras de caridad, hoy nos congregamos para iniciar con toda la Iglesia la celebración del misterio pascual de nuestro Señor. Este sagrado misterio se realiza por su muerte y resurrección; para ello, Jesús ingresó en Jerusalén, la ciudad santa. Nosotros, llenos de fe y con gran fervor, recordando esta entrada triunfal, sigamos al Señor para que, por la gracia que brota de su cruz, lleguemos a tener parte en su resurrección y en su vida.
Después de esta monición, el sacerdote dice una de las siguientes oraciones, teniendo las manos juntas:
Dios todopoderoso y eterno, santifica con tu bendición † estos ramos para que, cuantos seguimos con aclamaciones a Cristo Rey, podamos llegar por él a la Jerusalén celestial. Que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.
O bien:
Dios nuestro, aumenta la fe de cuantos esperamos en ti y escucha nuestras súplicas, para que, quienes hoy llevamos estos ramos en honor de Cristo victorioso, te presentemos el fruto de las buenas obras, unidos a él. Que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.
Y, en silencio, rocía los ramos con agua bendita. Luego se proclama el Evangelio de la entrada del Señor, según uno de los cuatro evangelistas. La lectura la realiza el diácono o, a falta de éste, el mismo sacerdote, en la forma acostumbrada.
EVANGELIO Mc 11, 1-10
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús y los suyos se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: «¿Qué están haciendo?», respondan: «El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida». Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?». Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!». Palabra del Señor.
O bien: Jn 12, 12-16
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
La gran multitud que había ido para la fiesta de la Pascua, se enteró de que Jesús se dirigía a Jerusalén. Y, tomando hojas de palmera, salieron a su encuentro y lo aclamaban diciendo: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel!». Al encontrar un asno, Jesús montó sobre él, conforme a lo que está escrito: «No temas, hija de Sión; ya viene tu rey, montado sobre la cría de un asna». Al comienzo, sus discípulos no comprendieron esto. Pero cuando Jesús fue glorificado, recordaron que todo lo que le había sucedido era lo que estaba escrito acerca de Él. Palabra del Señor.
Después del Evangelio, si se cree oportuno, puede hacerse una breve homilía. Luego el sacerdote, el diácono o un ministro laico invita a comenzar la procesión con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos: Imitemos a la muchedumbre que aclamó a Jesús, y caminemos cantando y glorificando a Dios, unidos por el vínculo de la paz.
Y comienza la procesión hacia la Iglesia en la que se celebrará la Misa.
Lectura del libro de Isaías. El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Palabra de Dios.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: “Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto”. R.
Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos. R.
Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.
Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: “Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel”. R.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”. Palabra de Dios.
Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.
Para la lectura de la Pasión no se llevan cirios ni incienso, se omite el saludo y la signación del libro. La lectura está a cargo de un diácono o, en su defecto, del mismo sacerdote. Puede también ser encomendada a lectores laicos, reservando al sacerdote, si es posible, la parte correspondiente a Cristo. Solamente los diáconos piden la bendición del celebrante antes de proclamar la Pasión, como se hace antes del Evangelio.
Guía: El relato de Marcos presenta la cruz como algo que los discípulos no comprenden. Con su narración quiere hacernos revivir esa experiencia dolorosa para llegar, como el centurión, a reconocer: Verdaderamente ese hombre es hijo de Dios”.
En los lugares en que pareciere oportuno, durante la lectura de la Pasión, se pueden incorporar aclamaciones.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte.
C. Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían:
S. “No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo”.
Ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura.
C. Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí:
S. “¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres”.
C. Y la criticaban. Pero Jesús dijo:
S. “Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. A los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden hacerles el bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo”. Prometieron a Judas Iscariote darle dinero.
C. Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?
C. El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús:
S. “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?”.
C. Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
† “Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: ‘¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?’. Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario”.
C. Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo.
C. Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras estaban comiendo, dijo:
† “Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo”.
C. Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro:
S. “¿Seré yo?”.
C. Él les respondió:
† “Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”.
Esto es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre, la Sangre de la alianza.
C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
† “Tomen, esto es mi Cuerpo”.
C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo:
† “Ésta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
Antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces.
C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo:
† “Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: ‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas’. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea”.
C. Pedro le dijo:
S. “Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré”.
C. Jesús le respondió:
† “Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces”.
C. Pero él insistía: S. “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”.
C. Y todos decían lo mismo.
Comenzó a sentir temor y a angustiarse.
C. Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:
† “Quédense aquí, mientras yo voy a orar”.
C. Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo:
† “Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando”.
C. Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía:
† “Abbá –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
C. Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro:
† “Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.
C. Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. Volvió por tercera vez y les dijo:
† “Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”.
Deténganlo y llévenlo bien custodiado.
C. Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado esta señal:
S. “Es aquél a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado”.
C. Apenas llegó, se le acercó y le dijo:
S. “Maestro”.
C. Y lo besó. Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús les dijo:
† “Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos. Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras”.
C. Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito?
C. Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban. Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
S. “Nosotros lo hemos oído decir: ‘Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre’”.
C. Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús:
S. “¿No respondes nada a lo que éstos atestiguan contra ti?”.
C. Él permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente:
S. “¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito?”.
C. Jesús respondió:
† “Sí, yo lo soy: y ustedes verán ‘al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo’”.
C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó:
S. “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?”.
C. Y todos sentenciaron que merecía la muerte. Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían:
S. “¡Profetiza!”.
C. Y también los servidores le daban bofetadas.
Se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.
C. Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo:
S. “Tú también estabas con Jesús, el Nazareno”.
C. Él lo negó, diciendo:
S. “No sé nada; no entiendo de qué estás hablando”.
C. Luego salió al vestíbulo y en ese momento cantó el gallo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes:
S. “Éste es uno de ellos”.
C. Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro:
S. “Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo”.
C. Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: “Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces”. Y se puso a llorar.
¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?
C. En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Éste lo interrogó:
S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”.
C. Jesús le respondió:
† “Tú lo dices”.
C. Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él. Pilato lo interrogó nuevamente:
S. “¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!”.
C. Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato. En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. Pilato les dijo:
S. “¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?”.
C. Él sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás. Pilato continuó diciendo:
S. “¿Qué quieren que haga, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?”.
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. “¡Crucifícalo!”.
C. Pilato les dijo:
S. “¿Qué mal ha hecho?”.
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S. “¡Crucifícalo!”.
C. Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Hicieron una corona de espinas y se la colocaron.
C. Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo:
S. “¡Salud, rey de los judíos!”.
C. Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota y lo crucificaron.
C. Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: “lugar del Cráneo”. Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados “se repartieron sus vestiduras, sorteándolas” para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: “El rey de los judíos”. Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo.
C. Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían:
S. “¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!”.
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí:
S. “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!”.
C. También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
Jesús dando un gran grito, expiró.
C. Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz:
† “Eloi, Eloi, lemá sabactaní”.
C. Que significa:
S. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S. “Está llamando a Elías”.
C. Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo:
S. “Vamos a ver si Elías viene a bajarlo”.
C. Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.
C. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó:
S. “¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!”.
C. Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
José hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
C. Era día de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea –miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Éste compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto. Palabra del Señor.
Según las circunstancias, después del relato de la Pasión, puede tenerse una breve homilía.