Lectura del libro de Jeremías.
Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de Benjamín. La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: «Antes de formarte en el vientre materno, Yo te conocía; antes de que salieras del seno, Yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones». Yo respondí: «¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven». El Señor me dijo: «No digas: “Soy demasiado joven”, porque tú irás adonde Yo te envíe y dirás todo lo que Yo te ordene. No temas delante de ellos, porque Yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor–». El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: «Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar». Palabra de Dios.
Comentario: Jeremías, desde muy joven (20 años), tuvo conciencia clara de que había sido llamado por Dios. Se sabe conocedor de Dios y viceversa. El conocimiento que es amor en el lenguaje hebreo se conoce con el corazón. Por tanto, este conocimiento amoroso ha hecho del Profeta un “consagrado”, es decir, se ha dedicado exclusivamente a Dios y es Dios quien pondrá en su boca lo que tenga que decir y el coraje para decirlo.
R. ¡Mi boca anunciará tu salvación, Señor!
Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca tenga que avergonzarme! Por tu justicia, líbrame y rescátame, inclina tu oído hacia mí, y sálvame. R.
Sé para mí una roca protectora, Tú que decidiste venir siempre en mi ayuda, porque Tú eres mi Roca y mi fortaleza. ¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío! R.
Porque Tú, Señor, eres mi esperanza y mi seguridad desde mi juventud. En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre; desde el seno materno fuiste mi protector. R.
Mi boca anunciará incesantemente tus actos de justicia y salvación. Dios mío, Tú me enseñaste desde mi juventud, y hasta hoy he narrado tus maravillas. R.
La semilla es la palabra de Dios, el sembrador es Cristo; el que lo encuentra permanece para siempre. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!». Palabra del Señor.
Comentario: Todo el evangelio se centra en nuestro primer alimento vital, que es esta semilla. Pero es el sembrador el protagonista de la escena y no nuestro pobre terreno, con sus espinas y piedras. Porque si miramos bien, no podemos trabajar la tierra sin la ayuda de Dios. Si nos creemos siempre el ombligo del mundo, estamos equivocados; pero si entendemos nuestro papel de colaboración con la obra de Dios, entonces habremos madurado y ganado en nuestra relación con él.
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Gloria a Ti Señor Jesús…