Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: Abraham no dudó de la promesa de Dios, por falta de fe, sino al contrario, fortalecido por esa fe, glorificó a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete. Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación. Pero cuando dice la Escritura: «Dios tuvo en cuenta su fe», no se refiere únicamente a Abraham, sino también a nosotros, que tenemos fe en Aquél que resucitó a nuestro Señor Jesús, el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Palabra de Dios.
Comentario: El Apóstol desvela todo el contenido y lo que implica el acto de fe de Abraham. Este creyó en la misericordia de Dios y asumió que dos ancianos podían aún ser fértiles y generar vida. Así, todo lo que Abraham confió y acreditó en el Señor se cumplió a cabalidad en su persona.
R. ¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel!
Nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor, como lo había anunciado mucho tiempo antes por boca de sus santos profetas. R.
Para salvarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odian. Así tuvo misericordia de nuestros padres y se acordó de su santa Alianza. R.
Del juramento que hizo a nuestro padre Abraham de concedernos que, libres de temor, arrancados de las manos de nuestros enemigos, lo sirvamos en santidad y justicia bajo su mirada, durante toda nuestra vida. R.
Aleluia. Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Uno de la multitud dijo a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?». Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”. Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios». Palabra del Señor.
Comentario: El evangelio nos llama la atención precisamente sobre lo absurdo de basar la propia felicidad en el poseer o acumular. Si sabemos que la verdadera riqueza es el amor de Dios compartido con los hermanos, entonces es razón más que suficiente entender que quien experimenta esto no teme a la muerte y recibe la paz del corazón. Cuando el hombre tiene pan, seguridad social y pasatiempos apetecibles, no siente la necesidad de Dios y tampoco cree que el demonio actúa, pues a él no le toca. Pero también están los que gozan de su avanzada sociedad occidental, y teniendo una vida holgada con buen pasar económico, no olvidan que el alma necesita trabajar, hacer obras buenas, y comparten lo que tienen poniéndolo al servicio del evangelio y de sus hermanos.