Semana 3ª del Salterio.
Lectura del segundo libro de Samuel.
Todas las tribus de Israel se presentaron a David en Hebrón y le dijeron: «¡Nosotros somos de tu misma sangre! Hace ya mucho tiempo, cuando aún teníamos como rey a Saúl, eras tú el que conducía a Israel. Y el Señor te ha dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”». Todos los ancianos de Israel se presentaron ante el rey en lebrón. El rey estableció con ellos un pacto en Hebrón, delante el Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel. David tenía treinta años cuando comenzó a reinar y reinó cuarenta años. En Hebrón reinó siete años y seis meses sobre Judá, y en Jerusalén, treinta y tres años sobre todo Israel y Judá. El rey avanzó con sus hombres sobre Jerusalén, contra los jebuseos que habitaban en el país. Pero estos dijeron a David: no entrarás aquí. Los ciegos y los inválidos bastarán para impedírtelo». Con esto querían decir: «David nunca podrá entrar aquí». Sin embargo, David conquistó la fortaleza de Sión, es decir, la Ciudad de David. Así David se iba engrandeciendo cada vez más, y el Señor, el Dios de los ejércitos, estaba con él. Palabra de Dios.
Comentario: David, como beneficiario de una promesa, es casi un nuevo patriarca. Su elección se suma a la de un pueblo y a la de otros jefes, constituyendo un nuevo paradigma de la fe israelita. Además, su elección es como la propia Jerusalén, que siendo la morada del Señor se constituye como fundamento religioso, político y moral.
R. Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán.
Tú hablaste una vez en una visión y dijiste a tus amigos: «Impuse la corona a un valiente, exalté a un guerrero del pueblo». R.
Encontré a David, mi servidor, y lo ungí con el óleo sagrado, para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga poderoso. R.
Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán, su poder crecerá a causa de mi Nombre: extenderé su mano sobre el mar y su derecha sobre los ríos. R.
Aleluia. Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte e hizo brillar la vida, mediante la Buena Noticia. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Los escribas que habían venido de Jerusalén decían acerca de Jesús: «Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios». Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: «¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa. Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre». Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro». Palabra del Señor.
Comentario: La división en una comunidad cristiana, ya sea una escuela, una parroquia o una asociación, es un pecado gravísimo, porque es obra del demonio. Dios, sin embargo, quiere que crezcamos en nuestra capacidad de acogernos, de perdonarnos, de querernos, para parecer¬nos cada vez más a él, que es comunión y amor. Por eso Jesús enseña que el pecado contra el Espíritu es aquel que niega y se cierra a la manifestación liberadora de Dios.