Gloria. Prefacio propio. Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
Lectura de la profecía de Malaquías.
Así habla el Señor Dios: Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el ángel de la Alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque Él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos. Él se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia. La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años. Palabra de Dios.
Comentario: Según el mensaje del profeta, Dios tiene sus mensajeros y en el día del juicio la presencia de estos será una realidad. Cuando Dios venga al mundo hecho hombre en la persona de Jesús y lo juzgue, desde el acontecimiento de su muerte en Cruz, entonces reconoceremos lo que dijo e hizo el propio Juan Bautista. Porque lo importante no estaba en su persona, sino en su «mensaje», es decir, la certeza de que Dios vino al mundo no para condenar al mundo, sino para salvarlo.
R. El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.
¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor, el fuerte, el poderoso, el Señor poderoso en los combates. R.
¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos. R.
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, Jesús también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquél que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte. Porque Él no vino para socorrer a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, Él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba. Palabra de Dios.
Comentario: La solidaridad de Jesús se confirmó principalmente al aceptar su muerte y constituirse en “mediador” entre Dios y la humanidad. Su condición como “Sumo Sacerdote” la recibe como Dios. Sin embargo, faltaba aquella dimensión y vínculo con la humanidad que lo lleva a experimentar la propia muerte para luego resucitar.
Aleluia. Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor». También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel». [Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de Él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos». Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él. Palabra del Señor.
Comentario: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Una de las particularidades del pueblo creyente pasa por su capacidad de ver, de contemplar en medio de sus «oscuridades», la luz que Cristo viene a traer. Además, este pueblo de Dios es invitado en cada época histórica a contemplar esa gran luz, cristo Jesús. Luz que quiere iluminar a las naciones y llegar a cada rincón del mundo y en cada espacio de nuestra vida.