Prefacio de Adviento I o II.
Lectura del libro de Isaías.
Palabra que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión, acerca de Judá y de Jerusalén: Sucederá al fin de los tiempos, que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos, que dirán: «¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! Él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas». Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén, la palabra del Señor. Él será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra. ¡Ven, casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor! Palabra de Dios.
Comentario: El oráculo presenta la visión postrera del Antiguo Testamento, es decir, la conversión de los pueblos extranjeros a Yahvé, la peregrinación hacia el Templo de Jerusalén y la paz entre las naciones. Esta última no es la simple ausencia de guerra, sino la oportunidad que todos tienen de vivir bien y en armonía.
R. ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor!
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor»! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. R.
Allí suben las tribus, las tribus del Señor, según es norma en Israel, para celebrar el Nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David. R.
Auguren la paz a Jerusalén: «¡Vivan seguros los que te aman! ¡Haya paz en tus muros y seguridad en tus palacios!». R.
Por amor a mis hermanos y amigos, diré: «La paz esté contigo». Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad. R.
Aleluia. ¡Restáuranos, Señor de los ejércitos, que brille tu rostro y seremos salvados! Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a sanarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: “Ve”, él va, y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “Tienes que hacer esto”, él lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos». Palabra del Señor.
Comentario: La persona de Jesús le permite al centurión tener una visión de esperanza y confianza. Percibe que ni el poder de Roma puede ayudarlo. Porque el poder de Dios no está reservado para algu¬nos y, por tanto, es efectivo para todos los que crean en su poder restaurador. Incluso para un pagano como era considerado el centurión.