Prefacio de la Virgen María.
LECTURA Heb 11, 1-7
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación. Por la fe, comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible. Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio superior al de Caín, y por eso fue reconocido como justo, y así lo atestiguó el mismo Dios al aceptar sus dones. Y por esa misma fe, él continúa hablando, aún después de su muerte. Por la fe, Henoc fue llevado al cielo sin pasar por la muerte. “Nadie pudo encontrarlo porque Dios se lo llevó”, y de él atestigua la Escritura que antes de ser llevado “fue agradable a Dios”. Ahora bien, sin la fe es imposible agradar a Dios, porque aquél que se acerca a Dios debe creer que él existe y es el justo remunerador de los que lo buscan. Por la fe, Noé, al ser advertido por Dios acerca de lo que aún no se veía, animado de santo temor, construyó un arca para salvar a su familia. Así, por esa misma fe, condenó al mundo y heredó la justicia que viene de la fe. Palabra de Dios.
Comentario: La carta devela la promesa que Dios ha hecho a todo aquel que le sea fiel. Por eso el creyente confía en su promesa, porque la fe nos mantiene firmes en la espera de aquellas cosas que todavía no se ven. Además, nos prepara para el encuentro definitivo con Dios, que se perfila como el horizonte último de la historia y que da sentido al tiempo presente.
SALMO Sal 144, 2-6. 10-11
R. ¡Bendeciré tu Nombre por siempre, Señor!
Día tras día te bendeciré, y alabaré tu Nombre sin cesar. ¡Grande es el Señor y muy digno de alabanza: su grandeza es insondable! R.
Cada generación celebra tus acciones y le anuncia a las otras tus portentos, ellas publican tus tremendos prodigios y narran tus grandes proezas. R.
Que todas tus obras te den gracias, Señor, y tus fieles te bendigan; que anuncien la gloria de tu reino y proclamen tu poder. R.
ALELUIA Cf. Mc 9, 7
Aleluia. Los cielos se abrieron y se oyó la voz del Padre: “Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. Aleluia.
EVANGELIO Mc 9, 2-13
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría “resucitar de entre los muertos”. Y le hicieron esta pregunta: “¿Por qué dicen los escribas que antes debe venir Elías?”. Jesús les respondió: “Sí, Elías debe venir antes para restablecer el orden en todo. Pero, ¿no dice la Escritura que el Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser despreciado? Les aseguro que Elías ya ha venido e hicieron con él lo que quisieron, como estaba escrito”. Palabra del Señor.
Comentario: Jesús se transfigura para divulgar su gloriosa Resurrección. El Hijo amado de Dios es a quien se debe escuchar. Así, su presencia supera a la de Moisés y Elías. No obstante, la propuesta de Pedro, de “no moverse”, responde al miedo de enfrentar la realidad (ir a Jerusalén). Como Pedro, son muchos los que caen en esa actitud porque prefieren la comodidad de la montaña antes de bajar de ella para afrontar los problemas de la vida cotidiana.