Día de la Solidaridad.
LECTURA Sant 2, 14-16
Lectura de la carta de Santiago.
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: «Vayan en paz, caliéntense y coman», y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta. Palabra de Dios.
Comentario: Recordar las enseñanzas de Jesús le sirve al Apóstol para resolver el problema de quienes piensan que basta la “sola fe” para alcanzar la salvación y no dan testimonio de esta con sus acciones. El apóstol Santiago no quiere polemizar con interpretación paulina de la “justificación” por la fe. Él quiere dejar en claro que la fe y las obras deben ir de la mano y ninguna está por encima de la otra.
SALMO Sal 111, 1-6
R. Donde hay amor y caridad, allí está Dios.
Feliz el hombre que teme al Señor y se complace en sus mandamientos. Su descendencia será fuerte en la tierra: la posteridad de los justos es bendecida. R.
En su casa habrá abundancia y riqueza, su generosidad permanecerá para siempre. Para los buenos brilla una luz en las tinieblas: es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo. R.
Dichoso el que se compadece y da prestado y administra sus negocios con rectitud. El justo no vacilará jamás, su recuerdo permanecerá para siempre. R.
EVANGELIO Lc 10, 25-37
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?». Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo». «Has respondido exactamente, –le dijo Jesús–; obra así y alcanzarás la vida». Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?». Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?». «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera». Palabra del Señor.
Comentario: Para el judaísmo tradicional, el prójimo era el hermano de pueblo o de origen israelita; los demás no lo eran. No obstante, el samaritano que se acerca al herido es el prototipo de persona odiada, porque es incómoda y pone en riesgo la pureza legal. Es decir, su figura le sirve de ejemplo a Jesús para señalar la forma correcta de actuar con el prójimo.