Leccionario Santoral: 2Cor 4, 7-15; Sal 125, 1-6; Jn 17, 1. 11-19.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: No puedo felicitarlos por sus reuniones, que en lugar de beneficiarlos, los perjudican. Ante todo, porque he oído decir que cuando celebran sus asambleas, hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo. Sin embargo, es preciso que se formen partidos entre ustedes, para que se pongan de manifiesto los que tienen verdadera virtud. Cuando se reúnen, lo que menos hacen es comer la Cena del Señor, porque apenas se sientan a la mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se embriaga. ¿Acaso no tienen sus casas para comer y beber? ¿O tan poco aprecio tienen a la Iglesia de Dios, que quieren hacer pasar vergüenza a los que no tienen nada? ¿Qué les diré? ¿Los voy a alabar? En esto, no puedo alabarlos. Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía». Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva. Así, hermanos, cuando se reúnan para participar de la Cena, espérense unos a otros. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo intenta poner fin al conflicto entre los ricos de la comunidad y los pobres. Estos últimos, –por llegar más tarde a la eucaristía–, solo compartían parte de la celebración y caían en excesos de comida y bebida. El Apóstol expone el relato de la institución de la eucaristía y enseña su verdadero sentido, denunciando y amonestando la conducta de algunos: el pan y el vino consagrados recuerdan, actualizan y hacen presente en el seno de la comunidad “la memoria de Jesús”, es decir, toda su vida entregada a los más marginados y pobres.
R. ¡Proclamen la muerte del Señor, hasta que vuelva!
Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste ho¬locaustos ni sacrificios, entonces dije: «Aquí estoy». R.
«En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón». R.
Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerra¬dos mis labios, Tú lo sabes, Señor. R.
Que se alegren y se regocijen en ti todos los que te buscan, y digan siempre los que desean tu victoria: «¡Qué grande es el Señor!». R.
Aleluia. Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único; todo el que cree en Él tiene Vida eterna. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús entró en Cafarnaúm. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a sanar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «Él merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga». Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo –que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes– cuando digo a uno: “Ve”, él va; y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “¡Tienes que hacer esto!”, él lo hace». Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe». Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano. Palabra del Señor.
Comentario: Dejando de lado su investidura, el centurión romano se presenta a Jesús con mucha humildad: “no soy digno de que entres a mi casa”. Su expresión fue rescatada por la liturgia, y a coro se reza antes de la comunión. ¿Cómo nos acercamos al Señor: con humildad o con prepotencia?