Prefacio de la Ascensión II.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
Pablo decía a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: «Velen por ustedes, y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha constituido guardianes para apacentar a la Iglesia de Dios, que Él adquirió al precio de su propia sangre. Yo sé que después de mi partida se introducirán entre ustedes lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y aun de entre ustedes mismos, surgirán hombres que tratarán de arrastrar a los discípulos con doctrinas perniciosas. Velen, entonces, y recuerden que durante tres años, de noche y de día, no he cesado de aconsejar con lágrimas a cada uno de ustedes. Ahora los encomiendo al Señor y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y darles la parte de la herencia que les corresponde, con todos los que han sido santificados. En cuanto a mí, no he deseado ni plata ni oro ni los bienes de nadie. Ustedes saben que con mis propias manos he atendido a mis necesidades y a las de mis compañeros. De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: “La felicidad está más en dar que en recibir”». Después de decirles esto, se arrodilló y oró junto a ellos. Todos se pusieron a llorar, abrazaron a Pablo y lo besaron afectuosamente, apenados sobre todo porque les había dicho que ya no volverían a verlo. Después lo acompañaron hasta el barco. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo dirige su discurso a los presbíteros de la Iglesia reunidos en Mileto y les pide celo, humildad y renuncia al propio egoísmo. Además, deben saber que la Iglesia no es su propiedad sino de Dios. Es decir, la muerte de Cristo es la causa de la redención y del origen de la Iglesia. Asimismo, para dar estas instrucciones, san Pablo tenía la autoridad, ya que se había dedicado fielmente a este ministerio, sin otra intención que no fuera el servicio a la Palabra.
R. ¡Pueblos de la tierra, canten al Señor!
Tu Dios ha desplegado tu poder: ¡sé fuerte, Dios, Tú que has actuado por nosotros! A causa de tu Templo, que está en Jerusalén, los reyes te presentarán tributo. R.
¡Canten al Señor, reinos de la tierra, entonen un himno al Señor, al que cabalga por el cielo, por el cielo antiquísimo! R.
Él hace oír su voz poderosa, ¡reconozcan el poder del Señor! Su majestad brilla sobre Israel y su poder, sobre las nubes. R.
Aleluia. Tu palabra, Señor, es la Verdad; conságranos en la verdad. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo: Padre santo, manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Cuídalos en tu Nombre que me diste para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, Yo los cuidaba en tu Nombre que me diste; los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como Tú me enviaste al mundo, Yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad. Palabra del Señor.
Comentario: No cabe duda de que Jesús oró por nuestra unidad y que casi siempre se ha visto amenazada por nuestros pecados, intereses y fragilidades. Al no estar unidos a Jesús, nos desgastamos y no somos felices, porque no somos capaces de poner en práctica dicha “unidad” y “servicio” en favor de los demás. Velar por esta “unidad” en todos los ámbitos de la vida es un gran desafío, y lo es más en la Iglesia, ya que es una responsabilidad nuestra como cristianos.
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Gloria a Ti Señor Jesús…