Lectura de la profecía de Ezequiel.
El Señor me dirigió la palabra y me dijo: «Tú, hijo de hombre, escucha lo que te voy a decir; no seas rebelde como ese pueblo rebelde: abre tu boca y come lo que te daré». Yo miré y vi una mano extendida hacia mí, y en ella había un libro enrollado. Lo desplegó delante de mí, y estaba escrito de los dos lados; en él había cantos fúnebres, gemidos y lamentos. Él me dijo: «Hijo de hombre, come lo que tienes delante: come este rollo, y ve a hablar a los israelitas». Yo abrí mi boca y Él me hizo comer ese rollo. Después me dijo: «Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que Yo te doy». Yo lo comí y era en mi boca dulce como la miel. Él me dijo: «Hijo de hombre, dirígete a los israelitas y comunícales mis palabras». Palabra de Dios.
Comentario: Ezequiel es uno de los profetas cuyos oráculos son de una claridad y fuerza, sobre todo cuando ha de empaparse de las enseñanzas de Dios. Lo que ha aprendido de la Palabra de Dios lo asume para enfrentar su misión profética a los que están en el destierro. Lo dulce de su llamado vocacional ha pasado; ahora toca motivar a un pueblo que ha perdido la esperanza y la confianza en el Señor.
R. ¡Qué dulce es tu palabra en mi boca, Señor!
Me alegro de cumplir tus prescripciones, más que de todas las riquezas. Porque tus prescripciones son todo mi deleite, y tus preceptos, mis consejeros. R.
Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata. ¡Qué dulce es tu palabra para mi boca, es más dulce que la miel! R.
Tus prescripciones son mi herencia para siempre, porque alegran mi corazón. Abro mi boca y aspiro hondamente, porque anhelo tus mandamientos. R.
Aleluia. «Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón», dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?». Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian y no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre me recibe a mí mismo. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial. ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños». Palabra del Señor.
Comentario: El ejemplo de ir a buscar la oveja perdida es el signo evidente de cómo Dios expresa su amor de Padre. Comportarnos como hijos de Dios exige adecuar nuestra fe a los valores del Reino. La necesidad de reivindicar a aquel que se ha perdido no se circunscribe solo en un acto de caridad, sino que también es la posibilidad de que este sea encontrado.